Turismo 2020

Por Aranxa Albarrán Solleiro / Confesiones de turista

La escritura y los viajes, dos mundos que se mantienen en constante apego uno del otro. Los mejores escritores se crearon también a través de caminar senderos poco conocidos. Herodoto, uno de los primeros viajeros del mundo, el que pernoctaba en pequeñas cabañas donde no existían almohadas y mucho menos un colchón, pero sí paja que por lo menos mantenía caliente al cuerpo si la noche palidecía, gracias a las pisadas de las plantas de sus pies, supimos los primeros descubrimientos geográficos e históricos. Sus palabras plasmadas entonces, dieron fe de lo que sus ojos, sus oídos y sentidos padecieron en cada uno de sus kilómetros transcurridos.

El periodista Ryszard Kapuścińsk, del cual me he sentido con un enamoramiento incesante desde hace unos meses atrás, me ha recalcado una centena de veces que para ser un gran reportero se debe de andar, de sufrir y también escuchar. De vivir cada uno de los atardeceres y amaneceres de aquel al que queremos darle voz para que por fin sea escuchado, así sea por unos pocos. La escritura no mejora solamente con lo que se aprehende a la piel en cada nuevo paisaje respirado, en cada establecimiento de alimentos tradicionales de un lugar diverso en el cual naciste, sino de aquellos libros que te acompañan en conversaciones con desconocidos, en calles oscuras pero infestadas de destellos de corazones que te dan la bienvenida a su refugio, a su hogar y familia.

Ser capaz de plasmar tu experiencia a través de la tinta de un bolígrafo puede verse sencillo, sin embargo es en ocasiones, un sufrimiento insoslayable, porque se abre una herida que te recuerda lo mucho que sufriste al ver que tu prójimo vive desgracias, al ver que el turismo aquel del que todo mundo piensa que es un sector magno de virtudes y delicias es también un infierno para algunos: para mujeres que sin remedio se vuelven prostitutas para sobrevivir porque fueron víctimas de trata de personas y ahora se encuentran en el famoso Barrio Rojo de Ámsterdam donde reciben 45 euros al dar un show de sexo a extraños que no hacen más que verlas como cualquier objeto de placer.

Es escucharlas llorar cuando no pueden más, cuando desean con fervor romper las cadenas que las mantienen atadas a un sitio que es anhelado por millones. Es no contar con una ley de protección para ellas ni cumplir con un código de ética idóneo para la actividad turística. Camareras que son violentadas por huéspedes, por sus compañeros de trabajo y sus jefes, con rutinas de trabajo avasallantes de siete a seis días a la semana contando solamente con un día de descanso y si se cuenta con suerte, puede ser que toquen dos, todo por un pago mínimo, tan mínimo que parece un insulto.

Herodoto entonces, puede no ser el más orgulloso si hubiese vivido unos años después en la época en la que Thomas Cook inició con la creación de sus viajes planificados en grupo y se comenzó la producción de un turismo masivo.

Es caminar por las calles de las ciudades más visitadas del mundo y encontrar a gente sin hogar viviendo afuera de la puerta de una tienda de “Louis Vuitton” o de “Rolex”, donde cualquiera de sus productos vale cien o doscientas veces más que su cobija regalada por algún paseante. Como Ciara, una mujer de 45 años que conocí en Grafton Street en Dublín, la calle más cara de la ciudad por ser enteramente dedicada a la venta de productos de marcas prestigiosas. El por qué llegó ahí siempre será una incógnita en mi vida, puesto que solamente me regalaba sonrisas y me decía que quería estudiar literatura en Trinity College porque desde niña sus padres fallecidos, le habían regalado libros de Joyce y Wilde, con ella “The portrait of the artist as a young man” en su mano derecha, dibujaba luminosidades en su rostro invadido de pecas.

Si tan solo nos diéramos tiempo de dejar de ser un turista convencional, de dejar de ir por miles de pesos a países extranjeros para tomarnos fotografías que nos den prestigio ante la sociedad porque “pudimos estar en…”. Despojarnos de la idea errónea y dañina de imponer un proyecto turístico en cualquier espacio solo porque “se tiene tal recurso…” El turismo será mejor practicado, sustentable y eficaz cuando lo veamos como el medio y no como el fin.

La pandemia se percibía por fin como el elemento clave para dar el paso agigantado de cambiar, no obstante parece que la raíz del mal ya había crecido desconsideradamente.