El Conde de Baldor: El vampiro que duerme en el Panteón de Belén
Redacción.
En el centro de Guadalajara, al interior del antiguo Panteón de Belén, se yergue un singular árbol centenario; su espléndido follaje es opacado por la inusual forma de su grueso tronco, casi cuadrado, pero aún más por la intrigante historia que guarda en sus raíces.
Para mediados del Siglo XVIII, Guadalajara, en el estado de Jalisco, ya era una de las principales capitales económicas y políticas de la entonces recién nacida República Mexicana, por eso no es de extrañar que un adinerado hombre de negocios europeo, presuntamente de cuna noble francesa y conocido como el Conde de Baldor (en otras versiones también se refieren a él como Don Jorge, Conde de Baldón), eligiera esta bella ciudad como su lugar de residencia, marcando su llegada como todo un acontecimiento entre las principales familias de la región.
Su notable apariencia, de considerable altura, impoluta piel blanca y ojos celestes, aunada a su hermética personalidad y pulcra vestimenta negra, le convirtieron en un gran misterio que la alta sociedad jalisciense se esforzó por desentrañar, pero entre más insistían en realizar banquetes y reuniones en su honor, este más parecía rehuir a sus constantes invitaciones, saliendo pocas veces de su casa y sólo durante la noche.
Lo que volvía más excéntrico y “reprochable” su actuar, para la gente que en esa época ostentaba apellidos y posición económica privilegiada, era que el conde prefería frecuentar a personas de los estratos más humildes de la población.
Coincidentemente, durante la década de 1840, una extraña oleada de muertes inexplicables se desató en la urbe, primero con animales domésticos y luego con víctimas de todo género y condición social; las cuales aparecían al alba sin vida en sitios públicos y cuya posible causa de deceso era la ausencia total de sangre. Fuera de esta pista, que despertó el temor de antiguas criaturas “chupasangre” poco comunes en esta zona del mundo, la única otra cosa que tenían en común los fallecidos era que se habrían encontrado en la calle a altas horas de la noche.
Con el paso del tiempo, las sospechas en torno al misterioso caballero crecieron y se agudizaron, mientras los lugareños, cansados del pánico y precauciones que les obligaba a tomar el toque de queda no declarado ante el peligro desconocido que los acechaba, comenzaron a organizarse para dar caza a la criatura hematófaga que parecía haber tomado el control del lugar y convertido a sus habitantes en su “ganado” personal.
Según cuenta la leyenda, una noche, durante una de sus salidas, el Conde de Baldor habría sido descubierto en flagrancia drenando la sangre de una víctima, por lo que, aunque escapó, no tardó en juntarse una turba enardecida afuera de su hacienda, misma que lo sometió y culminó con su vida, además de clavar una estaca de madera en su corazón.
Los restos del presunto vampiro fueron depositados en un terreno de árboles frutales recién consagrado para ser utilizado como cementerio y que a la posteridad se convertiría en el Panteón de Belén; dentro de una urna metálica y una gruesa losa de cemento, que con el inexorable paso del tiempo desaparecieron debido al insólito crecimiento de un árbol en su interior, aparentemente surgido de la estaca y alimentado con la carne y sangre del hombre alguna vez conocido como el Conde de Baldor.
Cabe destacar la existencia de una segunda versión de la mítica historia, que aboga por la inocencia del noble europeo, asegurando que los señalamientos en su contra fueron acusaciones motivadas por su negativa a invertir o hacer negocios con los ricos y su cercanía con la gente humilde, con quienes también compartiría parte de su basta riqueza.
Sea cual fuere la verdad, lo cierto es que lo que más perdura hasta nuestros días es la profecía de una venganza implacable, pues se cree que cuando el árbol sea removido, comience a marchitarse o sus profundas raíces se asomen por completo sobre la tumba, el vampiro volvería de entre los muertos para hacer pagar a los descendientes de quienes terminaron con su vida.
mfdo.