Tres historias de horror reales ocurridas en la Ciudad de México

El momento de lo creepy

Las siguientes historias cortas fueron mandadas para ser publicadas en este blog. Algunos de los autores prefirieron guardar el anonimato por los datos personales y temas que aquí se tratan. 
 

 El fantasma del tren

Mi nombre es C., trabajo como enfermera desde hace más de tres décadas, sin embargo, hace poco más de dos años, surgió una oportunidad de trabajo como cuidadora de una mujer de la tercera edad hasta la colonia Polanco.

Mi turno es de 24 por 24 y comienza a la medianoche, a petición de mis empleadores, por lo que tengo que salir entrada la noche para llegar a tiempo. Sin embargo, mi historia no es sobre este trabajo, sino de mi solitario trayecto diario. 

Al vivir en el extremo sur de la ciudad, mi esposo, que es taxista, me deja en la estación Xochimilco, para de allí abordar el tren ligero, para después tomar el Metro. A la hora que lo abordo, este transporte suele estar vacío. 

A veces más, a veces menos, pero no suele ser mucha la gente que a esa hora viaja por este medio de transporte, lo que hace el camino algo bastante silenciosos y tranquilo. Es aquí donde comienza lo extraño y que se ha repetido en varias ocasiones.

No recuerdo la fecha exacta de cuando pasó por primera vez, pero estoy segura de que era noviembre del año pasado (2023). En uno de estos viajes, poco después de la estación Huipulco, el tren pasa por una especie de talleres donde hay varios trenes parados. Algunos nuevos, algunos no tanto, pero siempre hay dos o tres convoys inmóviles, callados. 

Aquella noche, venía hablando por mensajes con mi esposo, cuando sentí una mirada, no desde dentro del tren, sino de afuera. Al buscar, vi que un hombre me observaba desde uno de los trenes vacíos.  

Fueron tres segundos, cuando mucho, pero lo vi más o menos claro. Su piel era morena, su cabello corto y blanco, con los ojos extraños, como con unas ojeras enormes. Estaba parado en la zona de pasajeros, sin mostrar expresión alguna.  En aquel momento creí que era un trabajador o algo por el estilo. A pesar de que me dio un escalofrío su mirada, no le di mayor importancia. 

Pasaron varias semanas, quizá meses sin que pensara en el suceso, hasta volvió a suceder. Igual de noche, en el mismo sitio, sin embargo, el tren estaba movido, pero el hombre estaba en la misma posición y con la misma expresión en el rostro, mirándome fijamente. 
Se me hizo mucha la coincidencia, pero de nuevo, nada fuera del otro mundo, o es creí.

El tercer avistamiento ocurrió hace una semana, pero en esta ocasión, me acompañaba mi hija. Mi marido nos dejó en la estación en medio de la lluvia, subimos, nos sentamos e íbamos platicando de cualquier cosa. 

Al pasar Huipulco y ver la zona de trenes, mi hija me dijo:
-Mamá, ese señor no tiene pies.
En ese momento, volteé, pero el tren pasó rápido y ya no alcancé a ver nada. 
La impresión fue muy fuerte y mi niña no habló en todo el camino. Al llegar a mi trabajo, se encerró en el cuarto que me prestan para dormir y de allí no salió hasta la mañana. Cuando terminó el turno y fuimos de regreso a casa, me contó lo que vio.

Cuando me describió lo que había visto, me entró una sensación de miedo muy fuerte, pues me dijo que, al fijarse bien, aquel hombre que no le quitaba la vista de encima parecía ser una cabeza flotando, a la que le faltaba la parte de debajo de cuerpo.  

Desconozco que sea aquello que ella y yo vimos, pero ya le pido a mi esposo que mejor me deje unas estaciones adelante. 

 

Aviso del más allá

Mi nombre es M., vivo en un edificio de departamentos de la colonia Industrial, al norte de la Ciudad de México. En general, la zona es muy tranquila, llena de casas antiguas que creo que fácilmente llegan al siglo de edad.

En este edificio, hay variedad de habitantes, desde familias jóvenes, hasta personas mayores, pero entre ellas, se encuentra Doña R., que llegó a vivir aquí cuando era niña. Desde entonces, toda su vida ha trascurrido aquí.

Doña R. tiene 85 años, es viuda y vive sola, sin embargo, sus hijas, también mayores, vienen casi cada fin de semana a visitarla. Son muy amables, a veces me han invitado a tomar un café.

Debido a la edad de Doña R., se le dificultan muchas tareas del hogar, por lo que a veces me pide ayuda para cargar sus bolsas del mandado o para mover algún mueble. En una de esas ocasiones, la señora que preguntó que si creía en fantasmas.

Me sorprendió la pregunta de Doña R. No me considero supersticioso, así que respondí con una sonrisa y algo de escepticismo: "No, Doña R., la verdad no creo en fantasmas." Pero ella, con una mirada más seria de lo habitual, me dijo: "Mijo, te voy a contar algo que pasa en este edificio."

Según Doña R., desde que ella recuerda, en el edificio ocurría algo extraño antes de cada gran sismo. La noche anterior a uno de esos terremotos, en plena madrugada, se escuchaba como si alguien rompiera trastes en todos los departamentos. El sonido despertaba a todos los vecinos, pero cuando revisaban, no encontraban nada. Solo un vacío y silencio inquietante, como si la casa misma hubiera contenido su aliento.

"Y lo peor", continuó Doña R., "es el llanto. Un llanto de hombre que se escucha justo después de los ruidos, como si estuviera en duelo por algo que solo él sabe que vendrá". La anciana me contó que eso pasó en 1957, un día antes del terremoto que sacudió la ciudad y derrumbó parte del Ángel de la Independencia. Lo mismo sucedió en 1985, y en 2017.

A decir de la mujer, los antiguos vecinos, muchos ya fallecidos o mudados, solían decir que el espíritu que se manifiesta es una especie de guardián del edificio, alguien que intenta advertir a los habitantes del peligro que se avecina.

¿Qué es? Ella no lo sabe, pero puedo decir que temo mucho por el día que escuche al hombre llorar. 

 

Ecos de una tragedia

Mi nombre es Ricardo F., soy vecino de la colonia Anáhuac, en la alcaldía Miguel Hidalgo. Mi historia es corta, pero totalmente real. Llegué a vivir acá hace 15 años, junto con mi esposa e hijo a un edificio de departamentos.

Mi relato comienza hace más de 20 años, con un crimen. Por allá de 2001, una persona murió asesinada a tiros afuera de una tienda de abarrotes que está cruzando la calle. Por lo que me enteré, el fallecido era un hombre que se vio involucrado en una pelea con otros sujetos.

De acuerdo con el dueño de la tienda, el hombre era vecino de la colonia y tenía un pleito de varios años con sus agresores, sin embargo, aquella vez, con alcohol de por medio, las consecuencias fueron fatales.

También me enteré de que los hombres fueron detenidos y terminaron en prisión. Quiero mencionar que yo de esto me enteré mucho después, cuando comencé a investigar los sucesos que cuento a continuación.

Mi profesión requiere que me quede trabajando hasta tarde, por lo que un viernes de noviembre, me acuerdo bien, estaba en la computadora a eso de las 2 de la mañana, cuando escuché una conversación entre varios hombres que venía de la calle.

Al principio no le presté atención, creí que eran sujetos tomando en la calle o algo así, Nada raro en la colonia. Segundos después, escuché cómo la conversación se tornaba más agresiva, hasta que sonaron tres disparos y el chirrido de unas llantas.

Me sorprendió, pero decidí no asomarme. Esperé y esperé, pero nunca sonó la patrulla o algo por el estilo. Al final, decidí asomarme, pero no había nada. La calle estaba vacía, apenas iluminada.

Más tarde, ya de día, le pregunté a algunos vecinos si habían escuchado algo raro, pero todos aseguraron que no. No había más que hacer.

Sin embargo, la situación se repitió algunas veces más. Aclaro que no ocurría cada viernes, pero cuando sucedía, era alrededor de las 2 de la mañana. Nunca me atreví a asomarme, me limitaba a escuchar.

Murmullos, pelea, balazos y auto escapando. En ese orden ocurría el fenómeno invariablemente.

Una vez, cuando fui a la tienda de enfrente, llevé a mi hijo, quien era apenas un pequeño inquieto de tres años. Llevábamos apenas unos meses allí, así que no conocía muy bien a nadie, pero los ubicaba.

Compré lo que necesitábamos y el señor, un hombre en sus cincuenta años, me dijo que tuviera cuidado con mi hijo, que era una zona un tanto insegura en las noches. Eso no era ningún secreto, pues todas las casas y departamentos en planta baja de esa colonia, tienen gruesas rejas y portones reforzados.

Quizás por aburrimiento o genuina preocupación, el tendero me contó como a un familiar cercano suyo (no diré exactamente el parentesco), lo asesinaron a altas horas de la noche cuando bebía y jugaba cartas afuera del negocio.

Comencé a unir los puntos y llegué a la conclusión que el fenómeno sonoro que escuchaba era una especie de recuerdo trágico del asesinato del familiar del tendero.

Los sonidos se siguieron escuchando un buen tiempo, a veces más, a veces menos, hasta que se acabaron con el tiempo. Sé que no lo imaginé, pues mi esposa también llegó a oírlos, pero nunca lo platicamos con nadie más, hasta ahora.

 

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