El derecho de vida

Foto: Cuartoscuro

Por Gerson Gómez

Primero el consumo humano. Le sigue el campo para la producción de alimentos.

Asegurar la cantidad y la calidad de agua, es una obligación elemental. Monterrey, antes del tercer intento de fundación, pasó por la carestía y por la despoblación.

Sus 12 familias originales, expulsadas de España, llegaron a la zona para sobrevivir. Al evitar la santa inquisición. El igual al territorio de Sonora, del Padre Quino, la orografía norteña es territorio bárbaro. Nuestro clima extremoso selecciona supervivientes. Le envidiamos a Sonora, la conservación de sus tribus originales y la proximidad al mar. Ellos consumen alimentos frescos de tierra y agua.

Nuestros predecesores, en los municipios rurales, antes de edificar las casas natales, escarbaron en la aridez. Las norias y pozos, para consumo humano. Para la letrina y la agobiante sed de todos los días.

Muchos de esos pozos cegados, nos recuerdan la tenacidad de quienes jamás se rindieron a la adversidad.

La constitución mexicana faculta a la Comisión Nacional del Agua, por encima de los gobiernos estatales, a llevar el estricto control y conteo de esos pozos y de las presas. También de los compromisos interestatales e internacionales, por el paso de la vida, el agua.

Mostrar la bonhomía ranchera e ignorante, de Marcial Herrera o de Samuel García desazolvando la presa de la boca, nos reduce a la incapacidad de llamar a cuentas a quienes gravitan con sus tesoros personales.

Esto no es el universo distópico de Mad Max, sino la realidad de cinco y medio millones de almas, en espera de la responsabilidad social de las gargantas profundas empresariales del Grupo Monterrey.