Por Gerson Gómez

Les compete a los headhunters electorales elegir entre dos. Uno tiene toda la experiencia del universo. El otro, el emergente y conservador, miente por naturaleza, odia a quienes no coinciden con sus ideas y es belicoso.

El liberal, democrático y sabio, a veces es toma decisiones atropelladas. Se deja mover por la atención mediática. Luego, reflexiona y se serena.  Es una condición natural para quienes, ya entrados en la senectud, actúan conformes a la inteligencia.

Su contrincante, tampoco es un mozuelo. Algunos años menos, sin llegar a la octava década de vida.

Los escándalos de sus administraciones de negocios fraudulentas. Los cuádruples discursos. Contra los hispanos, los afroamericanos, los orientales y todo lo referente a los musulmanes.

No es un megalodonte ni un gran tiburón blanco. Es la remora de los grandes corporativos. Les asea las branquias. Con aquellos restos de comida alimenta a sus cercanos. Los protege.

Al liberal, democrático y sabio, su mayor defecto comprobable, es la posibilidad de fallecimiento. Iniciar, de resultar triunfador de una desgastante campaña por la reelección, de convencer sus propuestas de inmigración, negocios globales, competitividad, bienestar, freno al crimen organizado internacional, de quien esté en la vicepresidencia, en caso de defunción, pueda tomar las riendas de la nación. 

Ese es el argumento base de su competidor rebelde. Quien en ningún momento ha aceptado la derrota. Incluso a costo de una revuelta en la capital norteamericana.

Biden vs. Trump resulta no una revancha. No es Rocky Balboa vs. Iván Drago. Sino la sensatez contra la locura.