Mátalos de hambre

Foto: Cuartoscuro

Por Gerson Gómez

Le dimos paso del empirismo a la carrera de Ciencias de la Comunicación. Desde la invención de la imprenta. Quienes ejercieron el periodismo lo hicieron desde la ayudantía.

Escalaron por todos los procesos internos de una noble institución. Doctos en lenguaje. Pulieron el estilo con lecturas densas. En el contubernio con el poder. 

Sus sueldos jamás han sido los de un profesionista. La mirada con desdén en las oficinas gubernamentales. Amparadas en los cañonazos de cincuenta mil.

Al reportero, al fotoperiodista, el jefe de sección, al jefe de redacción, al director y a los dueños, les interesa la doble facturación. El dinero constante en la tesorería y los favores personales.

En la dictadura perfecta mexicana, como la llamó el Premio Nobel, el periodismo se conduce servil y acomodaticio.

Son excepcionales los casos de investigación. Los medios independientes y los periodistas incorruptibles. 

Por eso Abel Quezada los dibujó delgados, esqueléticos, apenas detenidos con una rama de árbol en la espalda.

Tiene razón el dibujante. 

Existe una casta onerosa. La de los comunicadores prime time: los de la tele, el radio y las transmisiones en streaming vestidos de payasos. Los cochuperos. Quienes venden sus nombres y apellidos. Con seguridad a ellos se refiere el presidente nacional del PRI. Con matarlos de hambre.

Los otros periodistas, los invendibles, son como los dibujó Quezada. Con familias dignas y sin recibir sobresueldos de las direcciones de Comunicación de los tres órdenes de gobierno.