A la 1:14 el reloj detuvo su marcha y cambió mi vida

Por: Erick Sánchez

@sanher1107

A petición de su madre, Fernando Sánchez Lira cambió la pila del reloj doña María Teresa Lira la noche del 18 de septiembre; ella se lo llevaría a su trabajo en Bolívar 168 al día siguiente. Gustoso, el menor de sus hijos puso la nueva batería en aquel aparato plateado, sin imaginar que un día después sería el objeto con el que reconocería el cuerpo de quien le dio la vida.


La mañana del 19 de septiembre doña María Teresa, de 70 años de edad, y su hijo salieron de su casa ubicada en la delegación Iztacalco para dirigirse al trabajo, en el cual llevaba cerca de seis años. María Teresa se dedicaba a la costura de accesorios para vestidos de gala en la empresa SEO Young International. Salió de su hogar le dio un beso a su hijo y éste la dejó en el metro. Este gesto sería el último.


Fernando sabía que su madre era temerosa ante los sismos, pero antes de despedirse le advirtió que al mediodía las alarmas sonarían para recordar el terremoto que cimbró a la ciudad en 1985. Con esas palabras María Teresa partió a la oficina.

A la una de la tarde con 14 minutos, la Ciudad de México recordaría los hechos de hace 32 años con un terremoto de 7.1 grados en la escala de Richter que dejaría cientos de muertos, corazones destrozados y una ciudad hundida en el caos.


Fernando sintió el movimiento e inmediatamente buscó a su madre y hermana sin saber que el inmueble de Chimalpopoca ahora estaba en ruinas. Por medio de los celulares rastreó a su hermana Helena, quien laboraba en el mismo lugar que su mamá, con la intención de saber sobre su situación.


“La reacción inmediata es ver que estaban bien, no me respondió mi hermana quien era el conducto para contactar a mi madre; sin embargo, los textos que le envié indicaban que recibía los mensajes, pero no los leía. ‘Ojalá hayan evacuado y las cosas las hayan dejado allá adentro, ojalá sea eso por lo que no contesta’”, recordó.

El hijo menor de la familia Sánchez Lira salió por un refresco con la esperanza de encontrar a sus familiares y saber que se encontraban bien. Volvió de la tienda, prendió el televisor y vio las imágenes de una ciudad completamente colapsada. 

Escuchó el derrumbe de varios inmuebles, incrédulo marcó a su cuñado e insistió vía celular localizar a su madre y hermana. No obtuvo respuesta, agarró su vehículo y se dirigió a las oficinas. El tráfico y el caos le impidieron llegar al lugar, su única opción era la bicicleta, regresó a su hogar y pedaleó algunos kilómetros hasta llegar al edificio.

En el camino su pensamiento era que su madre y hermana estarían con bien, que alcanzaron a salir y la falta de comunicación era porque las líneas telefónicas habían colapsado. Arribó a las oficinas y sólo vio lo que quedaba de ellas. 

Bomberos, brigadistas, voluntarios y policías saturaron el lugar. Dejó su bicicleta a un costado de la primaria Simón Bolívar, mientras él observaba cómo un hombre con playera del Cruz Azul salía caminando de entre los escombros. Lo llenó de esperanza, pero tenía una corazonada, presentía lo peor.

Fernando, sin pensarlo dos veces, intentó ayudar; sin embargo, tiempo atrás había perdido un riñón, lo que le impedía para poder levantar los escombros y encontrar a su madre. Llamó a familiares, amigos y su hermana, que reside en California, pero las líneas no respondían.


Su rostro, sin saberlo, denotaba tristeza, preocupación y dolor. Se le acercaban personas, preguntaban qué había pasado; su respuesta era la misma, no hallaba a su madre ni a su hermana. 


“No sé qué cara tendría  que mucha gente se me acercó para preguntarme si estaba bien, pero pues no, mi familia estaba adentro y de momentos me doblaba; la gente fue linda, me apapachó. Mi aspecto era muy malo”, comentó.

Transcurrían las horas y veía salir personas en camilla cubiertas con sábanas blancas sin saber quiénes eran y si seguían con vida. La noche cayó, las esperanzas de encontrar a su compañera de vida se desvanecían. Sobrinas, nietos, hermanos llegaron al lugar para poder ayudar. Su problema de salud no le permitía subir a los escombros y poder buscar a sus familiares, pero colaboraba por medio de las redes sociales para movilizar a la gente con artículos que hacían falta en el lugar.


Una persona se le acercó y le recomendó dirigirse a la Unidad 8 de Chimalpopoca, una pequeña morgue, dónde le dijeron llevaban a las víctimas mortales por el terremoto. Su hermana y sobrina se dirigieron. Llegaron y pidieron informes, les solicitaron un celular para tomar fotos a los cuerpos que estaban ahí. Los encargados salieron y mostraron las imágenes a ambas; sin embargo, no identificaron a nadie.

Volvieron y se encontraron con Fernando. Preguntó qué había pasado, si su mamá estaba en aquel lugar. Su hermana y sobrina respondieron que no. Él pidió ver las fotos, prendió el celular y la primera foto que vio era el brazo de su madre con aquel reloj al que un día antes le había cambiado la pila. La segunda foto era el rostro de su mamá con la mitad de la cara cubierta con una manta blanca.

Con una profunda tristeza miró a su familia y confirmó que era el cuerpo de su madre. 

CONOCE LA SEGUNDA PARTE DE ESTA HISTORIA: Buscará Fernando la verdad por cuenta propia