Mario Hernández

Por Carlos Meraz

Si existiera un hipotético Real Diccionario Ilustrado de la Lengua Española, en el término melómano aparecería un retrato de Mario Hernández, con circunspecto semblante y la siguiente definición: amante consumado de la música con un eclecticismo por géneros en apariencia irreconciliables y toda una institución en la industria discográfica mexicana.

En veinticinco años de conocerlo no he descubierto hasta ahora a otra persona que ame tanto la música como él, con esa pasión que se convirtió en su trabajo y que lo llevó a conocer personalmente a auténticas leyendas del calibre de Freddie Mercury, David Bowie, Paul McCartney, The Rolling Stones o Rod Stewart, por citar sólo algunos de los íconos para los que trabajó en casi 40 años en corporativos trasnacionales como Warner o EMI.

A nivel personal es la prueba viviente de lo erróneo de aquella frase popular de “la primera impresión es la que cuenta”, pues en apariencia parece un tipo hosco, parco e inexpresivo, pero si uno pasa sus exigentes filtros, el blindaje emocional desaparece y logra conocer a un ser humano que atesora la carcajada —quizá por ello no se ríe de cualquier bobada—, que posee una generosidad infinita con sus amigos y, sobre todo, que atesora un sorprendente sentido de la honestidad y lealtad, valores tan devaluados y casi descatalogados en las relaciones interpersonales.

Ese es tan sólo un boceto de un ser en apariencia sencillo, pero de una gran complejidad. Un pragmático self-made que en la industria ha hecho escuela, sin necesidad de pisar cabezas ni de formarse en la fila del besamanos, siendo maestro de muchos e incluso de algunos que hasta llegaron a ser directores de discográficas.

Sus raíces provenientes del municipio de Tepelmeme, Oaxaca, región mixteca de la que es uno de sus hijos predilectos, han sido puestas en alto con un trabajo sin mácula y una vida sin escándalos, siendo además un ser cosmopolita que adora viajar, al menos ha ido unas treinta veces a Londres y otras quince a Liverpool, las indiscutibles capitales del mapamundi del rock.

Incluso alguna vez que me encontraba perdido en mi primera visita a Londres le llamé por cobrar desde una de sus típicas cabinas telefónicas y, como si fuera un GPS viviente y a distancia, me ayudó a llegar a mi destino con toda la paciencia de un monje y la precisión de un cirujano, como cuando también coincidimos en un viaje a Liverpool, donde me enseñó toda la geografía e historia de The Beatles en un tour memorable.

Aunque sé bien que detesta las loas y la fauna periodística no es su hit, me atrevo a escribir este modesto, pero sentido texto, pues además de considerarlo amigo incondicional y un intachable profesional de la música, es un admirable ser humano ajeno a la hipocresía de tener que quedar bien con alguien.

En su cotidianidad la música es un interminable anecdotario, su hogar es un museo consagrado al rock y también al sonido Motown, un templo en el corazón de la Ciudad de México donde igual se escucha en rockola o fonógrafo a su admirada Diana Ross, The Beatles o Billie Holiday que a Raphael, Angélica María o Sarita Montiel... Así o más ecléctico... Un music collector con un envidiable tesoro de discos y memorabilia, con una impresionante trayectoria en la industria, con su legión de admiradores y con los suficientes amigos, quienes al final saben bien que lo que para muchos es historia para Mario Hernández es biografía.

Lo que hay que leer.