Top secret

Por Carlos Meraz

"El tiempo hace estragos en la gratitud aún más que en la belleza", Mario Puzo.

La palabra es sagrada y cuando se hipoteca, la vida va en prenda. Por eso no hay nada más despreciable y ruin que un traidor, un soplón o un sapo, como suele llamar la mafia colombiana al bocafloja que hace público lo que se le confió en secreto.

La confianza cuesta muchos años ganársela y es tan fácil perderla en unos segundos de indiscreción, de hablar de más, que significa soltar la lengua sin pensar, sin valorar y también sin ya valer nada. Ese es el precio del delator, de quién no aquilata el peso del voto de la fe.

Periodista que no suele ser discreto ni capaz de atesorar un secreto no merece estar en este oficio y durará poco, así que mejor se dedique a barman, peluquero o conductor de Uber —ahí también atestiguará muchas cosas, que pondrán a prueba su confidencialidad—, y digo que sus días están contados porque hay fuentes e informantes que por diversas razones —cuando la integridad de la fuente se vea involucrada o el puesto laboral esté en riesgo— suelen pedir anonimato y no se les debe fallar.

El off the record es un pacto entre caballeros que se miran a los ojos, no una exclusiva para venderla al mejor postor. Así como la cada vez más frecuente regla del embargo, que condiciona por la vía de la negociación, la publicación del contenido otorgado de acuerdo a los tiempos que le convengan al informante o fuente.

Entiéndase también que uno es un periodista y no un confesor, pero cuando alguien cree en uno ninguna exclusiva, ascenso, chamba o cualquier tentación regresará la paz, la fortaleza y la libertad de caminar con la frente en alto, algo de lo que adolece el ingrato bocón.

En alguna ocasión “alguien” me reveló un secreto para difundirlo en exclusiva, pero sin citar su identidad: el futuro nombre que tendría el que fuera el desintegrado grupo de rock mexicano Caifanes. “Se llamarán Jaguar o Jaguares, es uno de esos dos”. Y en 1996 nadie sabía nada, porque el apócrifo chamán Saúl Hernández y su inefable mánager Marusa Reyes ya habían negociado la primicia mundial con MTV.

De aquella misteriosa fuente, hasta la fecha nadie quién es y, paradójicamente, hasta mantiene una buena relación con la banda; yo no y ni me interesa. Cuando en aquel entonces, hace 23 años, un ejecutivo de MTV me presionó a que compartiera aunque fuese el apelativo de mi informante, a bocajarro me soltó: “Dímelo, yo sé guardar un secreto....”, a lo que contesté: “Yo también y mejor... Lo siento, pero no suelo revelar mis fuentes... Y así valgo más por ello, más por lo que callo que por lo que digo”.

Por eso reducir siempre a un periodista a un vulgar chismoso es ser tan iluso como el creer que aquí los políticos inevitablemente dicen la verdad, que los curas no cometen pecados mortales o que los altos mandos policiales son incorruptibles. La credibilidad no siempre se gana diciendo todo lo que se sabe, ya que al final se es un reportero, no un loro.

En efecto, los secretos esclavizan, pero al débil que los concibe como grilletes contra su libertad; en cambio en el fuerte son depósitos de confianza y hasta de complicidad que, a la postre, resultan más resistentes que cualquier cadena.

Lo que hay que leer.