Este es el verdadero origen del pan de muerto: tradición cristiana convertida en símbolo nacional
El pan de muerto es mucho más que un postre estacional: es una pieza viva de la historia mexicana, resultado del encuentro entre la fe católica y las antiguas costumbres indígenas. Aunque hoy lo vemos cubierto de azúcar, relleno de nata o incluso con carne al pastor, su origen es profundamente religioso y cargado de simbolismo.
Un origen (casi) cristiano
Si bien, en el mundo indígena existían ofrendas de pan de maíz desde antes de la llegada de los españoles —preparaciones rituales con un significado similar, dedicadas a los antepasados y a los dioses—, la tradición del pan de muerto como la conocemos nace propiamente del pan de ánimas.
Este pan tenía un carácter votivo y se elaboraba en Europa, especialmente en Castilla, Portugal, Aragón y Sicilia, durante las festividades de Todos los Santos y Fieles Difuntos. Los fieles acudían al cementerio con pan, vino y flores, colocándolos sobre las sepulturas de sus seres queridos. El pan era bendecido por el párroco local, por lo que también se le conocía como “pan bendecido”. Durante el Virreinato de la Nueva España, los colonos trajeron esta costumbre, y los indígenas la adoptaron y reinterpretaron, mezclando sus rituales prehispánicos con los símbolos del cristianismo. Así nació el pan que hoy corona las ofrendas del Día de Muertos.
En su forma más tradicional, el pan de muerto conserva el sentido de la muerte como destino final. Las tiras en cruz evocan los huesos de los santos cristianos, mientras que el aroma del agua de azahar es un remanente de la cocina novohispana. La receta básica —harina, huevo, mantequilla, levadura y azúcar— fue enriquecida con ingredientes locales y adaptaciones regionales: en Puebla se cubre con ajonjolí, en Oaxaca se adorna con caritas de azúcar, en Michoacán se perfuma con anís.
La evolución de pan de muerto
Sin embargo, el tradicional pan de muerto que ha pasado a la cultura popular es solo uno entre muchos. En diversas regiones del país existen versiones propias: algunos con figuras humanas, otros con rostros o decoraciones alusivas a la cosecha. Cada comunidad le otorga su propio significado, reforzando la idea de que en México la muerte no es final, sino continuidad.
A pesar de su origen religioso, el pan de muerto también ha sido rechazado por iglesias evangélicas, que lo consideran una "práctica idolátrica". No obstante, para la mayoría de los mexicanos representa una tradición cultural y familiar, más cercana al recuerdo y la convivencia que al culto.
En los últimos años, la creatividad ha llevado al pan a terrenos insospechados. Actualmente se pueden encontrar versiones rellenas de crema pastelera, matcha, helado, mole o carne al pastor, uniendo lo sagrado con lo cotidiano.
Lo que alguna vez fue una ofrenda de almas se convirtió también en un símbolo nacional, una expresión de identidad que une pasado y presente bajo el mismo aroma dulce que cada otoño inunda el país.
