Las historias de mi mami

Lina Suso

Cuando la señora Griselda le dijo a mi mami ayer que su esposo se había marchado, yo pensé que esa noticia se la daría a mi padre en cuanto llegara de trabajar. 

Eso hago cuando camino con mi mami, escucho las historias fanfarronas o chillonas, así dice mi mami, de sus comadres, de los caminadores, de la señora Carmen de la frutería, del señor del pan y pienso en lo que dirá mi padre de ellas. Ellos hace mucho que hablan de estas historias que mi mami y yo escuchamos cuando caminamos por aquí y por allá o cuando vamos a las casas de personas. Pasó que un día se quedaron sin nada que decirse, se estuvieron muy callados y sólo se escuchaban mis gritos porque, en ese entonces, yo era todavía muy pequeñita y no sabía guardar silencio; luego mi mami decidió que se convertiría en contadora de historias para decírselas a mi padre. Ella no me dijo que lo había hecho, pero yo soy muy inteligente y lo sé: tiene historias de lunes a viernes, para los fines de semana, para los días de calor, los de lluvia, para los cumpleaños y hasta para el camino de los viajes. También tenemos los días de silencio, cuando mi mami no ve a nadie importante y tampoco tiene repuesto de historias, y nos quedamos mudos. Nos vemos a los ojos, bueno, ellos me ven a mí; normalmente les gusta verse, pero no tanto, haz de cuenta que van volteando y si se voltean de más y se ven la cara, se les tuerce la cabeza y mejor ven al techo, mis abuelos hacen lo mismo, igual y se los enseñaron ellos a mi mami y a mi padre. 

Mi mami sí sabe que existo, pero intenta no acordarse. A veces me dice que me esconda para siempre porque no me quiere ver; luego me dan ganas de hacer de la pis o me da hambre y ya no me puedo esconder para siempre. 

Mi mami cuando se enoja con mi padre se pone de muy mal humor, llora como la señora Griselda y se va a contarle sus historias a las vecinas o a la señora Carmen de la frutería; luego regresa medio virola y me encierra en el mueble que está abajo del lavabo hasta la noche. Esos días me duermo con mi mami porque le tiene miedo a la oscuridad.

Los otros días me puedo dormir en mi cuarto. Cuando cierran su puerta, yo siento cómo esa nube terrorífica se va volando y huele a tranquilo; entonces cierro yo también mi puerta, con mucho cuidado para no hacer ruido, y me miro al espejo y veo mi cara completa. Me gusta muchísimo verme al espejo, sólo cuando me veo al espejo y luego me duermo en mi cama puedo soñar con mis sueños; luego cuando hacemos algún viaje y los tres estamos apretujados en alguna cama me salen pesadillas de la cabeza o sueño que soy mi mami o mi padre y me asusto. Por eso cuando me dicen que va a haber vacaciones me enfermo, no sé qué pasa que mi garganta de repente se siente con un dolorcillo curiosón, como si mil hormigas rojas me picaran, eso les digo a mi mami y a mi padre, aunque a veces no me creen. 

A la señora Griselda la vimos en la panadería, nos contó lo del señor Jiménez y se fue ayer a su casa temblando y sufriendo, todas sufren y lloran igual que mi mami. Cuando terminamos los mandados, regresamos a la casa y esperamos a que mi padre llegara mientras cocinábamos las albóndigas de la abuela, que son lo que más le encanta a él. Mi mami no contó la historia de Griselda.

Cuando me desperté, toda la casa estaba callada. Le grité a mi mami varias veces, pero no contestó. Dejó una nota que decía “perdón” en la mesa en la que siempre comemos, la que le di a usted ahorita que me recogieron, yo sé que ella la escribió porque yo conozco muy bien su letra. Le hablé a mi padre con el teléfono de emergencias y le dije lo que decía la nota de mi mami, él no me dijo nada y mi colgó; luego llegó a la casa, me vio un buen rato con su cara de enojado que trae casi siempre, yo le grité “padre” varias veces, pero tampoco me contestó. Se encerró en su oficina lo esperé un rato sentada afuera y luego escuché el sonido como de una bomba.

Lo demás ya se los había contado, estaba viendo a mi padre destripado y como tenía hambre y mi padre no me podía ayudar a hacer la comida, fui a la panadería de Don Martín, luego seguí caminando para hacer los mandados porque ya nos hacen falta huevos y leche, pero doña Carmen no me dejó comprar nada y cuando me escuchó contándole esa misma historia que les estoy contando a ustedes, me trajo de regreso y le tocó varias veces a mi padre, como mi padre no le iba a abrir entró a fuerzas porque es una señora muy metiche, así dice mi mami que es esa señora. Doña Carmen salió corriendo de la oficina de mi padre, agarró el teléfono de emergencias y les llamó a ustedes para que vinieran a recogerme. Es todo.  

Lina Suso