Monschau

Por Aranxa Albarrán Solleiro 

Un termómetro en cero grados centígrados marcaba la pantalla lustrosa del celular. Habían pasado apenas 14 días desde el anunciado brote de enfermedad con síntomas similares a la neumonía en la República China, la OMS mencionaba mediante un comunicado de prensa que se tenían registrados 41 casos de infección en la ciudad de Wuhan, de los cuales siete se encontraban en estado grave y solo se tenía un fallecido.

El pronóstico anual que redacto en los diarios que se me terminan como hojas decadentes de otoño, sin considerar –por supuesto- su mala prosa y manejo del lenguaje, me recordaba los temas que deseaba escribir para el periódico. Varios se relacionaban al Estado de México, la Ciudad de México y algunos, debían ser internacionales, en tanto que había apenas regresado de uno de los viajes más satisfactorios -en términos personales- de mi vida.

Había por fin, vivido en una ciudad angloparlante que me dio la posibilidad de analizar mi precario uso del idioma y mi fortaleza de valentía, por lo que relatar sobre ello públicamente, sería sin más, un logro notable.

La décima página de mi diario 2020, enunciaba recuerdos imprecisos de mi viaje a Alemania, el cual por manías de trastorno obsesivo compulsivo, lo dividí en tres secciones: Colonia, Aachen y Monschau, los sitios que junto con Renata y Rodolfo, mis primos residentes allá, había recorrido durante tres días de mayo. Al leer los primeros renglones de Monschau me conmoví, pues recuerdo que fue pleno, así como aquel rojizo de los árboles entrantes al verano y sobre todo, por el hecho de saber que mi próxima visita podría ser lejana y con una espera taciturna.

En la hora hoja justo a las 7:46 de la mañana, mencionaba: llevaba dos días sin saber nada de Irlanda. Paso la mañana en la recamara de visitas de Renata y Rodolfo, la habitación es cálida y sumamente agradable, me trasmite –evidentemente- una sensación hogareña. Faltan diez días para regresar a México, no deseo hacerlo, sin embargo, me urge sentir un poco de calor en mis huesos, ni Dublín, ni mis días en Inglaterra me han invadido de calor solar por lo menos los últimos 92 días. Menos mal, Renata reservó un boleto de avión para visitarla en Aachen y pasar el fin de semana con ella, aunque acá tampoco invada el sol, por lo menos la calidez se siente y me regocijo plenamente ante ella.

Las nueve de la mañana era la hora acordada para salir de casa hacia el pueblo de Monschau, lo que para mí significó despertar a las 6 de la mañana. El pueblo, se divide entre montañas belgas y alemanas, es curioso ciertamente, pues el sitio conserva una mixtura de las dos culturas. Por un lado está el olor fantástico de chocolates y por el otro la venta de papas a la francesa, como solemos conocerlo en México. 

La elaboración de mostaza y el “apfelstrudel”, identifican una gastronomía propiamente del país alemán. El clima por otra parte, es claramente frío, pues la vegetación provoca un ambiente gélido al estar rodeado de un aparente bosque interminable, lo cual también, expresa un color grisáceo por los rincones.

Monschau de casas antiguas, fue creada a partir de la construcción de su castillo Medieval construido en el siglo XIII, la vista desde ahí, estremece sin dudarlo, debido a que ahora es utilizado como albergue de niños, quienes ellos sin saberlo, rebosan de risas y travesuras en cada uno de los pilares que lo conforman. Poco sabrán, sin duda, que el pueblo fue saqueado por Carlos V y que sus muros de defensa, fueron grandes participes en la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial.

Además de lo histórico, los habitantes del pueblo se dedican en su gran mayoría a la elaboración de artesanías, especialmente hechas con vidrio, instalados por su talento en un pequeño mercado, cuyo objetivo actual es atraer a turistas por lo menos cada estación del año, evitando una pérdida considerable de visitas al finalizar el invierno cuando es su temporada alta.

Lo que recordaba de aquel once de mayo de 2019, mientras permanecía frente a la ventana al terminar de leer las noticias, me hacían comprobar el cliché de que todo puede ser efímero y en cualquier respiro quedamos por seguridad, tras las cuatro paredes de nuestro afortunado hogar.

Al inicio de año, un año después del anuncio de la OMS, la Organización Mundial del Turismo lanza como slogan publicitario: “permanecer en casa hoy, significa viajar mañana.” En efecto, viajaremos mañana -hipotéticamente- lo haremos aquí o en Alemania, aquí o en Durango, aquí o donde sea que nos den los pies, las manos y los ojos para salvar no solo vidas, sino el mundo.

Confesiones en: Twitter: @aranx_solleiro , Instagram: @arasolleiro y aranxaas94@gmail.com