El vampiro del Metro: La aterradora leyenda de Barranca del Muerto que nadie se atreve a contar

El momento de lo creepy

En la vasta y bulliciosa Ciudad de México, el metro no es solo un sistema de transporte; es también un lugar donde convergen historias, mitos y leyendas. A medida que el día se apaga y la noche se apodera de la ciudad, las estaciones y los túneles del metro, normalmente llenos de vida, se convierten en silenciosos y oscuros corredores, ideales para la creación de relatos que juegan con los miedos más profundos de sus pasajeros. Las sombras se alargan, el viento entre las vías produce ruidos extraños, y lo que parece ser un espacio funcional de pronto se transforma en el escenario de lo desconocido.

 

Una de las estaciones más famosas por sus aterradoras leyendas es Barranca del Muerto, una terminal ubicada en la Línea 7 del sistema de metro de la ciudad. Su nombre, que por sí solo evoca un sentimiento de inquietud, ha sido el origen de muchas historias. Sin embargo, ninguna es tan perturbadora como la del Vampiro de Barranca del Muerto.

Todo comenzó una noche oscura, como cualquier otra. Era tarde, y los trenes casi vacíos recorrían su última vuelta antes de que el servicio se detuviera hasta el amanecer. Un joven, exhausto después de una larga jornada laboral, tomó el último tren del día. Su destino era, casualmente, la terminal de Barranca del Muerto, el último punto de la línea. El cansancio, sin embargo, pudo más que su intención de mantenerse despierto, y pronto el sueño lo envolvió.

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El hombre despertó abruptamente en la penumbra. Había pasado de largo su estación, el tren ya no se movía, y lo único que lo rodeaba era una densa oscuridad. No había luces, no había sonido, salvo el eco sordo de sus propios pensamientos. Se incorporó, confundido y asustado, percatándose de que el tren había quedado detenido en el túnel, muy lejos de cualquier vestigio de vida.

Por un momento pensó en esperar hasta que el servicio reanudara en la mañana, pero entonces algo lo sacó de su contemplación: un sonido inquietante, una mezcla entre un siseo y un gemido que provenía de uno de los extremos del vagón. Con el corazón palpitando y las manos temblorosas, buscó en sus bolsillos y sacó un encendedor. Al hacerlo, la pequeña llama iluminó un poco la oscuridad, revelando una escena que jamás olvidaría.

Al final del vagón, una figura alta y delgada, de casi dos metros de altura, se movía de manera antinatural. Su piel era de un tono amarillento y enfermo, sus garras eran largas y afiladas, y lo más perturbador de todo eran sus ojos: rojos, brillando en la oscuridad. La criatura estaba encorvada sobre lo que parecía ser un indigente, y el joven observó con horror cómo la bestia clavaba sus colmillos en el cuello de su víctima, como un depredador que acaba de capturar a su presa.

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El joven, congelado por el miedo, no pudo evitar soltar un pequeño jadeo, lo cual atrajo la atención de la criatura. Los ojos rojos se giraron hacia él, y en ese instante supo que debía correr. Sin pensarlo dos veces, lanzó su encendedor al suelo, giró sobre sus talones y corrió hacia una de las ventanas de emergencia del tren. Desesperado, rompió el cristal y se deslizó hacia el oscuro túnel.

El miedo lo impulsaba, y aunque su corazón latía violentamente en su pecho, sus piernas no dejaban de moverse. Podía oír detrás de él los pasos de la criatura, el rasguido de sus garras contra las paredes del túnel, como si lo estuviera persiguiendo. El eco de esos sonidos lo hacía sentir como si estuviera a punto de ser atrapado en cualquier momento. Sin embargo, la estación no estaba lejos. Corrió con todas sus fuerzas, y justo cuando la respiración comenzaba a fallarle, vio las luces de la estación Barranca del Muerto.

Desesperado, saltó desde el túnel a la plataforma, cayendo torpemente. Al mirar hacia atrás, el sonido de la criatura se desvaneció en la oscuridad. Estaba a salvo, al menos por el momento. Aturdido y cubierto de sudor frío, apenas tuvo tiempo de recomponerse cuando el personal de seguridad de la estación lo interceptó. El joven, con el rostro desencajado, intentó explicar lo que acababa de suceder, pero los guardias lo miraron con escepticismo. Nadie creyó su historia.

Nazca

Nadie, excepto una mujer de mediana edad, que se encontraba en la estación y había notado el estado de shock del joven. Intrigada, decidió investigar por su cuenta. Armándose de valor, se dirigió hacia el tren abandonado en el túnel. Para su sorpresa, una de las ventanas de emergencia estaba rota, tal como lo había descrito el hombre. Al entrar al vagón, no vio ninguna criatura, pero lo que sí encontró fue un charco de sangre fresca en el suelo, un rastro silencioso de la espeluznante verdad que se escondía en las profundidades del metro.

Desde esa noche, la leyenda del Vampiro de Barranca del Muerto ha recorrido la ciudad, contada en susurros por los pasajeros más supersticiosos y mencionada en los programas de radio locales dedicados a lo paranormal. Algunos aseguran haber visto a la criatura merodeando por los túneles, otros creen que el indigente del que se alimentaba nunca fue encontrado.

El metro, tan cotidiano durante el día, se convierte en un espacio de terror al caer la noche. Así que, si alguna vez te encuentras viajando en el último tren, asegúrate de mantenerte despierto, porque nunca se sabe qué o quién podría estar acechando en la oscuridad.

 

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