El holocausto de los mexicanos

Foto: EFE

Por Gerson Gómez

Al arder las ciudades fronterizas deja en claro el control político de los territorios. Los elementos del Ejército mexicano son apagafuegos. Se les utiliza como moneda de cambio en los estados en conflicto.

Pasamos del descontrol a la anarquía. Las ordenanzas de los empresarios del crimen organizado es sembrar el terror.

Atentar contra las instituciones democráticas. El colapso de la certidumbre social. Quienes se enrolan en las células de los cárteles son mercenarios. Caldo de cultivo de las imposibilidades del progreso por la vía dentro de la ley.

Chihuahua, Tijuana y Guanajuato comparten el nada honroso lugar donde la vida no vale nada. Sin olvidar Michoacán, Jalisco y Sinaloa.

El trasiego de las drogas, el pago de cuotas de protección y el constante enfrentamiento entre grupos contrarios son la sintomatología de este cáncer nacional.

Las tres esferas de orden las rebasan hombres y mujeres desertores de la convivencia sana. Sus ritos son de animales en pugna por una línea de poder efímero.

Mientras la opinión pública es enérgica, la risa de las hienas, sus concéntricos y familiares lanzan bravatas en las redes sociales.

El brazo armado nacional, la inteligencia federal, pero principalmente los barrios populares y las colonias residenciales, deben de frenar la trama de este holocausto interminable. Sangriento y destructivo, en la segunda década de un siglo tan agónico y consumidor.

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