Nuestro ‘Juego del Calamar’

Foto: Especial

Por Gerson Gómez

Nos ejercitamos al calor de la canícula. En medio de los chubascos impetuosos de la naturaleza. A correr bajo las cascadas. Evadir la furia de los cuerpos en tránsfuga. Ocultarse en medio de los autos detenidos o las escaleras en los apartamentos.

Rodilla raspada. Cascarita de piel liga. Gotas de sangre. Nos convierte en héroes de la cuadra. Del barrio y del sector urbano.

Acenso a los árboles. Dar el pase de gol explotando en el cristal de la ventana del vecino. Fuga. Toma el balón. Sálvese quien pueda.

A todo eso, incluyendo el no uso de los cinturones de seguridad en los vehículos familiares. Ingresar a la alberca antes de las dos horas de haber comido.

Trepar los cerros. Dormir en el exterior. En las cuevas mientras los murciélagos sobrevuelan por las cabezas.

Cocinar alimentos en brasas. Toda una vida al aire libre. Con el mejor pasado del sudor, la sangre y la hermandad.

Después de 50 años, los parques vacíos, ya maduros más nunca viejos, nos sentamos a mirar caer la tarde.

En los columpios, donde apenas nuestra cintura permite resbalar contra el viento. Aquí vamos. 

Cerrando los ojos. En el olvido de las jornadas de trabajo. Las visitas a los juzgados familiares. Con el hígado desecho y las pastillas para controlar la alta presión.

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