Por Gerson Gómez

Acostumbramos a los lectores al sensacionalismo. Les llenamos páginas enteras de noticias exageradas. Cada sección es naufragio de banalidad. 

Esa fórmula, de los tabloides ingleses y americanos, acusa de vejez acelerada. Bajas ventas en los impresos. El relevo generacional, posibles consumidores del cabezal noticioso, se desencanta a los pocos minutos.

Incluso en la web, la radio y la televisión, el ostracismo, la falta de pericia, las buenas nuevas, escasean.

Las escuelas de periodismo se aproximan al colapso. Sus aprendices, incapaces de distinguir lo valioso de lo fatuo.

De tres a cuatro horas de telediario consecutivas ofende la inteligencia. Los chascarrillos, la carrilla y hasta la venta de espacios publicitarios a granel.

Calidad y cantidad no es lo mismo. Sólo para los concesionarios y dueños de las señales e imprentas. La nota escandalosa, la frase grosera, el divertimento de las nuevas afinidades erotizadas.

Sálvese quien pueda. Nuestras orquestas en las mesas de asignación siguen tocando la marcha funeraria. Huele a coronas de muerto.

A falta de ingenio golpea al más débil de la cadena social. Una semana son los inmigrantes ilegales. La siguiente los migrantes de otros estados. Los atascos a toda hora en las mega avenidas. Nubes negras de partículas contaminantes suspendidas en la atmosfera.

En las purgas constantes, el pase de lista obligatorio en las oficinas de recursos humanos, les leen la cartilla a los informadores. Busque en las letrinas las huellas del dinero. Pise los talones en las oficinas de comunicación social de todas las dependencias. 

Hable en nombre del director. Extorsione sin la necesidad de mencionarlo. Corra sin quemarse en el río de llamas de todos los días.

Llegamos al final de la carretera de la información. Nuestro Dead End. Callejón sin salida.

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