El Matón
Por Santiago González Velázquez
Nunca me han gustado las armas.
Mi padre siempre tuvo una pistola .38 Súper y guardaba en la casa un 30-30, de los que Lázaro Cárdenas entregó a los campesinos y maestros para que lo usaran en defensa de sus tierras y de sus ideas.
A mi hermano mayor le gustaba portar la .38, cuando “El Profe” la dejaba en casa.
En una ocasión en que mi carnal presenciaba un partido de beisbol; "La Blancura", inolvidable amigo de la raza, se barrió en home. Con los spaikes de golf por delante y le rasgó la pierna al "Virolo", que estaba de cácher; mi hermano Beto, erigiéndose en “Macho Justiciero”, sacó la pistola y al intentar cortar cartucho el arma se le enganchó entre el pulgar y el índice de su mano derecha, impidiéndole amenazar a "La Blancura".
Creo que después de ese incidente nunca volví a ver armado a mi hermano.
En cuanto a mí, repito, nunca me gustaron las pistolas.
La única vez que le disparé a un ser vivo, fue a una gallareta que nadaba en lo que había sido el lago del hoyo tres, del viejo Country Club.
Acompañaba a mis compadres Baldo y José Guerra, quienes habían hecho sendos disparos de rifle 22 sin lograr hacer blanco en la infortunada ave.
Me insistieron mis cuates en que probara mi puntería y temblando tomé el rifle, apunté (a lo güey) y atravesé con mi bala el cuello de la gallareta, que posteriormente pasó a ser exquisito manjar preparado por Doña Carlota, la mamá de mi compa José.
Por azares del destino trabajé tres años armado en la vigilancia de casas y empresas; pero en las rondas que efectuaba, quitaba las balas al revólver y las guardaba en mi bolsa hasta terminar la ronda.
En las prácticas de tiro obligatorias, jamás logré pegarle a la silueta y creo que ni siquiera a la loma que estaba atrás del objetivo.
En fin, no sé si por miedo o por convicción… ¡Nunca me han gustado las armas!