'Emilia Pérez': La película que no llega por casualidad

Por Jesús Delgado Sánchez
Emilia Pérez es un largometraje francés, cuya historia se cuenta predominantemente en español, y que ha generado todo tipo de controversias. Acaba de recibir esta semana 13 nominaciones al Premio Oscar de la Academia, lo que es un verdadero récord para una película no hablada en inglés. Además, se hizo con un considerable número de galardones, tanto en la gala de los Globos de Oro, como en los Premios Bafta británicos.
Sin embargo, es repudiada por parte de la crítica y, sobre todo, por el público general y los cinéfilos, especialmente de México, país en el que se desarrolla la mayor parte de la historia ¿A qué se debe esta diametral diferencia entre las apreciaciones de la crítica y los espectadores?
En primer lugar, y tal vez la causa principal de la polémica, viene porque la historia es muy mexicana y los realizadores no son nacionales mexicanos, esto provoca una lectura distante y un punto de vista eminentemente ajeno sobre el material. La representación por momentos luce inverosímil y poco profunda. Sin embargo, a criterio personal, esto no es grave porque el estilo de la película no es realista. No se pretende hacer cine documental y en ningún momento se percibe un irrespeto deliberado hacia el tema que toca, que es la identidad de género y la redención en un contexto violento, con miles de desaparecidos y víctimas de la violencia a manos del crimen organizado.
Habría que recordar que la superficialidad o simplicidad también pueden ser parte de un estilo artístico. Ahora, claro, que la falta de profundidad puede generar detractores y dolientes, sobre todo cuando se aborda un tema como el retratado, que resulta cercano y complejo, pero esto resulta en algo totalmente subjetivo que no demerita la obra artística per se.
Si recordamos musicales galardonados en las últimas décadas, como La La Land o Chicago, en ninguno de ellos se presenta un contexto realista, y la teatralidad y musicalidad predominantes, la sensación de artificio, los saltos temporales y los acentos lumínicos en los decorados, por ejemplo, son recursos propios del género. No creemos que se trata entonces de una ofensa intencionada al país en el que se sitúa la historia, como tanto se ha mencionado. Aunque al existir una sensación de ofensa en sus nacionales, ésta puede ser una reacción a considerar por el director, sobre todo si no fue su intención generarla, reitero, ello no modifica la obra en sí misma porque puede suceder, como de hecho está ocurriendo, que a muchos otros -mayormente extranjeros cabe acotar-, no nos resulta ofensiva la película, o deliberadamente mal intencionada.
Esto de representar a un país en el cine de forma no realista y que los nacionales de ese país se ofendan ha ocurrido muchas veces antes, cabe recordar ejemplos como lo ocurrido con los argentinos con Evita, musical protagonizado por Madonna; o el enfado de los indios con ¿Quién quiere ser millonario?, del británico Danny Boyle; o recientemente todo el descontento que generó entre los franceses la película Napoleón, de Ridley Scott. En estos casos la inconformidad de los nacionales con la forma como representan a sus países, incluso siendo estas películas más realistas, que Emilia Pérez, poco o nada repercutió en las valoraciones de la crítica para considerarlas acreedoras de galardones importantes.
Por otra parte, dos de las actrices principales no tienen como idioma principal el español. Este punto se justifica de alguna manera en la historia, ya que se menciona que los personajes han pasado tiempo fuera, o nacieron en el extranjero y se criaron en México. Esto ocurre con frecuencia en el arte cinematográfico, teatral o literario. Quien escribe sobre un país ajeno o cuenta, como en este caso, con intérpretes de naciones distintas a las de los personajes puede mover hilos de la ficción para justificar la diferencia de los actores con los nacionales promedio, y es válido.
Lo anterior ha llevado a muchas personas a afirmar en redes sociales, o en espacios de críticas y reseñas cinéfilas, que “con tantos actores mexicanos, ¿por qué actores de otras naciones representan a mexicanos?” Sobre este punto considero que el mercado global del cine cada vez más es flexible a la posibilidad de que actores internacionales interpreten personajes de naciones diferentes a las propias. En este sentido hay considerables ejemplos. Bastará mencionar a Tom Cruise, americano interpretando a un japonés en El último samurai; a Gael García Bernal, un mexicano interpretando al revolucionario argentino Ché Guevara en Diarios de motocicleta; a Russell Crowe, australiano haciendo a un gladiador romano en Gladiador; o a Joaquín Phoenix, americano encarnando al prócer francés Napoleón en la película homónima.
Creo que en este punto lo que ha ocurrido es que algunas debilidades en el acento, en la pronunciación del español, por parte de ciertos de sus intérpretes, generan desconexión y desagrado en los espectadores, que saben que tal palabra no se pronuncia exactamente de esa manera, o tal modismo se usa diferente en la cotidianidad, y esto parece bloquear, o impedir, que puedan ver más allá de la representación. Pero, reitero, este aspecto formal de la interpretación actoral será un desacierto artístico solo si se pretende generar realismo a nivel estilístico, y no es el caso. En este apartado, la crítica especializada ha destacado la organicidad en el fondo interpretativo de las actuaciones, y ciertamente es muy válido y destacable el trabajo realizado por su elenco en este sentido, sobre todo la labor de Karla Sofía Gascón, en el rol de Emilia y de Zoe Saldaña en el de Rita.
En cuanto a la música, coincido con muchos de los detractores de la película, sus canciones no son las más melódicas y sus letras tampoco las más profundas. Pero se hace un uso interesante de la musicalidad, hay ritmo, hay juegos constantes con la métrica y la rima. Se exploran posibilidades con la música. Algunas canciones resultan más acertadas que otras, definitivamente, pero tampoco considero que sea un punto que desmerite la película.
Finalmente, tal vez en lo que más coincido con los fervorosos críticos de Emilia Pérez, es en su incapacidad para concretar suficientemente su idea central. Si bien la premisa es interesante, el personaje narco y sanguinario que desea cambiar su cuerpo porque se identifica como transexual, la evolución del conflicto resulta poco profunda y el desenlace, sobre todo la secuencia final, no parece hacer suficiente honor al personaje protagónico que evoluciona del mal y genera un impacto social.
Es reduccionista, sí, y por eso creo que ofende y disgusta tanto la película, porque el problema de la violencia, los desaparecidos y el crimen organizado merecen un tratamiento más profundo. En ese sentido, considero que esta película se queda corta; pero, de ninguna manera, la considero completamente fallida o no merecedora de la atención y el reconocimiento que está teniendo.
Artísticamente tiene muchos méritos y apartados como la cinematografía, la edición o el diseño sonoro logran la excelencia. Todo lo que ha generado resulta conveniente para revisitar los límites del género y las distintas interpretaciones posibles que una obra puede darnos, en tanto somos diferentes, nos recuerda que hay tantas obras como interpretaciones posibles.
Para concluir, vale recordar que en el arte nada ocurre por casualidad, estos calurosos debates son necesarios y, también, parte importante del cine, el cual con frecuencia funge como un espejo de lo que somos, aunque a veces ese reflejo no sea totalmente fiel y nos distorsione.

