Yo nunca estuve triste

Por Alba Magariño Saynes
No quise decirle que no, pero lo hice. Me vi obligada. Le dije que no quería ir al baño ni quería siquiera el beso que me intentó robar. Le dije que mi madre me había advertido de hombres como él, del mismo calibre que él, de las mismas barbas que él. Me vi obligada a decirle que no, que a mí esas arrugas y esas manos enormes no me excitan, ni mucho menos me gustan; que simplemente no quería ni el saludo que me dio. Le dije que no y pensé por un segundo que no me iba a quitar la boca de encima de mi oído, que aquello iba a terminar tan mal como para disociarme y buscar en mi cerebro una forma de existir con el dolor de mi ingle. Pero le dije que no, que en mi familia había abogadas y activistas capaces de meterle a la cárcel o de matarlo.
Pensé enseguida que con esa amenaza esperanzadora iba a enfurecerlo y yo terminaría tirada en el piso, recogiendo los pedazos de mi voz, pidiendo la muerte; que alguien vendría a reconocerme y decir que era yo ese cuerpo tirado; que un nuevo trauma me habitaría de nuevo. Uno más, uno más. Pero decirle que no, ayudó mucho. Decirle que no le abrió los ojos, su cara se horrorizó al darse cuenta; decirle que no, le hizo ver las cosas más claras que nunca y temer que su alma no fuera bondadosa. Decirle que no, sí que sirvió de mucho.
Tanto sirvió que su boca se retiró de mi oído y me pidió perdón llorando como un niño regañado. Le dije que no y él mismo se entregó a la policía por intento de violación. Los policías también hicieron lo suyo y entregaron a Armando a la fiscalía y él cumplió su condena. No quiso un juicio, no hubo necesidad de hacer una guerra de demandas, se entregó reconociéndolo todo, avergonzado y triste.
-Me abriste los ojos, soy un idiota. Gracias por decirme que no- dijo, mientras entraba a la patrulla por su propia voluntad.
No pagó fianzas, no esquivó penas. Cumplió su condena. Al salir, él renunció a toda violencia, se volvió activista, el más empático, ético, consciente, y yo pude hacer mi vida, sin traumas. Nadie tuvo que recoger nada del piso. Seguí mis días tan tranquilamente como antes de esa tarde de mayo en que Armando me dijo al oído que quería meterme su miembro hasta adentro y yo, segura de todo, le dije que no.
Fue hermoso ese atardecer…

