Por Gerson Gómez

Acostumbraron al derecho de picaporte. A todos los privilegios del poder. Sus carreras las determinaron en asadores de carne. Con servicio de acompañantes femeninas. Saborearon los paladares mientras comulgaban los domingos.

Hijos del desenfreno, sin pena ni gloria. La democracia solo funciona cuando detentan el poder. Jamás en la alternancia. Cachorros de la revolución mexicana o herederos de Gómez Morín. 

Pudrieron las raíces en acuerdos entre ellos. Socios del convencionalismo. Los grandes negocios se hacen en la CDMX. Bajo la tutela de los mercenarios apocalípticos de la vanidad rastrera.

Aquí aparecen, con sus carillas dentales, en los aparadores de los fotoperiodistas. Alzan la voz en el Senado o en la Honorable Cámara de Diputados.

La siguiente generación, después de ellos, ya apalabraron las escuelas, las compañías de servicios, los matrimonios por conveniencia.

No ríen sin permiso. Tampoco actúan sin la anuencia. Disciplinados a la usanza de quienes van y vienen. Signaron el pacto por México de tumba política.

Collage para repartir posiciones, liderazgos y seguimiento. Los expedientes secretos en manos de los órganos fiscalizadores. Detallados con prestanombres, sociedades fantasmas y rutas financieras con enriquecimiento inexplicable.

Sus fortunas, en casas con seguridad israelita, guarros fortachones y cámaras vigilantes hasta de la servidumbre a su servicio.

De ese tamaño es el naufragio moral y ético de los promotores del PRIANRD en la campaña de retorno con Xóchitl Gálvez. Su conejillo de indias. La única persona presentable de su militancia activa, convulsa y echada a perder.

Importante: El texto que aquí se lee, es responsabilidad del autor y no representa la línea editorial de Diario de México.