El despropósito monumental

Por Gerson Gómez

Bola blanca. La cartilla militar. El sello del resultado del sorteo. Nos encuadraron en el 80 batallón de infantería. Gorra color azul. Aguante al transporte desde la central de autobuses. Todos los sábados de 1990.

Llegamos en manada. A las afueras de la zona metropolitana. Borregos adocenados. Para la tropa, los de todos los días, nosotros la carne fresca.

En las barracas el desnudo integral de diez elementos. La revisión médica. Con el frío de enero, quien tiembla le tocan 20 sentadillas. 

Rumores de guerra. En el otro lado del mundo Sadam Hussein invade Kuwait. Ya va los Estados Unidos de América al rescate del país productor de petróleo. Huele a sangre. La tercera gran ofensiva mundial. 

De ser así, los primeros al llamado de la patria mexicana. El respeto, a las soberanías, del dicho de Juárez, nos sirve de salvoconducto.

Nuestro servicio militar nacional enseña a tirar con mosquetón. Municiones ablandadoras de cuerpos. A medio septiembre, los tiros en el campo. 

Vicente Fox concluyó con el anacronismo. De navegar en la obligatoriedad y el despropósito. Tramitamos el pasaporte. Sin la necesidad del coyotaje. Contactos al interior de la cuarta región militar. El pago de la hoja liberadora.

El sardo, la soldadesca, obedecen las instrucciones del superior. Callar sin respingo. Entre los espigados nos escondimos. Las torres ocultan a los alfiles. 

Nuestro tren maya es el botón del negocio al amparo del poder. Las cúpulas de generales trazan en el campo número uno los porcentajes de ganancia.

Para ellos, el personal civil, los subcontratados, la perrada, como la hacen llamar, no goza del fuero e impunidad. Nativos de la zona, a quienes el sustento seguro les sangra la memoria y sus manos.

Aprietan el paso, a los deseos del presidente de la cuarta transformación.

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