La pólvora desollada
Acostumbrados a ver sin observar. A oír sin escuchar. A caminar sin rumbo fijo. A posar las manos en formas liberadas. A comer sin saborear.
A todo eso nos hemos acostumbrado en el porvenir. A la vida de los tránsfugas. De los apresurados y de quienes adoran al dios de lo efímero.
En un momento, un suspiro, nos reencontramos con la necesidad de hacer una pausa. De sentarnos a la orilla de la carretera, de la existencia, del azar.
Hemos ido y vuelto con salud. Salimos del nicho familiar y de su cobijo. Volvimos cuando la palabra guía nos requirió a pasar por la consejería.
Cada una de nuestras alternativas y elecciones, egoístas o comprensivas, llevan a la recompensa o a la llamada de atención.
Recordamos el primer 15 años. También el segundo, cuando nos convertimos en padres por primera ocasión. El tercer evento, a los 45, en compañía de muchos de nuestros afines temporales. Con el brindis de honor y con la expectativa de llegar con salud por encima de la media centuria.
Ya maduros más nunca viejos, cita del bate regiomontano, nos mostramos congruentes y serenos. Soltamos las amarras de la necedad y de las pasiones a destiempo.
Hasta aquí Dios nos guardó. Hasta aquí. En nuestros primeros 50.