La despedida de un CEO: puede que no sea tan difícil

Por David Somoza Mosquera

Convertirse en CEO o director ejecutivo de una empresa implica un gran esfuerzo, mucho empeño, una buena dosis de sacrificio y sortear un cúmulo de obstáculos, pero una vez alcanzado el puesto las satisfacciones pueden ser muchas hasta que llega el día de despedirse. 

Como dice Jim Owens, exdirector ejecutivo de Caterpillar citado por McKinsey & Company: "Al final, la parte más difícil del cargo de director ejecutivo es irse".

Y es que, según la firma, los directores ejecutivos de mayor rendimiento, es decir, los de las grandes empresas, pasan en promedio 7,3 años en el puesto. Esto significa que el cargo no es eterno.

Por lo tanto, es importante que la transición con su sucesor sea lo más fluida posible, pues dependiendo de cómo este proceso se lleve a cabo también será definido su legado como CEO y fortalecerá o no lo que ha construido.
Sin embargo, a medida que se acerca la transición esta puede parecer desalentadora para el director ejecutivo, pues es probable que se haga bajo una fuerte tensión emocional. Saber cuándo renunciar es una decisión muy personal y difícil.

Pero los mejores directores ejecutivos -según expone McKinsey en “Sending it forward: Successfully transitioning out of the CEO role”- están menos preocupados por cómo le irá a su propia reputación en la transición y más centrados en cómo el cambio afectará a la empresa en el futuro. 

“Al igual que el atletismo, el objetivo del traspaso es garantizar que la siguiente persona tenga un gran comienzo y esté bien posicionada para desempeñarse aún mejor después de que se entregue el testigo. Los bastones caídos, por otro lado, tienen un costo enorme. Las transiciones de CEO mal administradas restan cerca de 1 billón (mil millones) de dólares en valor de mercado cada año en las empresas S&P 1500”, advierte McKinsey.

Y si bien los detalles de cada transición difieren según las circunstancias, cualquier director ejecutivo que se haya destacado en el cargo, pero que ahora sienta que es hora de comenzar a pensar en el final del juego se puede beneficiar de cuatro prácticas -algunas de ellas aplicables desde antes de ocupar el puesto- que plantea la McKinsey.

Lo primero es ingresar al trabajo con una idea clara de cuánto tiempo quiere quedarse. Luego, asumir cuándo es el momento adecuado para la partida es vital, pues aunque haya mejorado sus funciones con el tiempo y la experiencia, en algún momento habrá un declive inevitable. 

“Hay muchas señales de advertencia de que esto le ha sucedido a un CEO. En un extremo del espectro, es cuando el deseo de proteger su reputación… hace que evite hacer movimientos e inversiones audaces en el futuro”, ejemplifica McKinsey.

El tercer aspecto es estar conscientes que los mejores directores ejecutivos saben que no hay lugar para el ego a la hora de determinar cuándo irse; lo que importa es lo que sea mejor para la empresa. 

Y, por último, si bien es difícil saber cuándo es el momento adecuado para irse, Bill George, miembro ejecutivo de la Escuela de Negocios de Harvard, sugiere que los directores ejecutivos se hagan regularmente una serie de preguntas de prueba para saber si llegó la hora de partir. 

Entre ellas destacan: ¿Sigues encontrando plenitud y alegría?, ¿Sigues aprendiendo y te sientes desafiado?, ¿Hay nuevas circunstancias personales que debería tener en cuenta?, ¿Hay oportunidades únicas afuera que no volverán a surgir?, ¿Cómo se perfila la sucesión?, ¿Hay hitos específicos de la empresa que hacen que la transición sea más o menos natural? Y, ¿te quedas principalmente porque no puedes imaginar lo que viene después?

Con estas consideraciones en mente, los mejores CEO aclaran y definen sus plazos dentro de la empresa, lo que permite tener un cronograma claro para también preparar a sus sucesores de forma ordenada, sin traumas y que no se convierta en una carga innecesaria.

Así, la despedida puede que no sea tan difícil…