Una década del Digital Comics Museum

Por Francisco X. López

Hasta finales de los años 90, conseguir cómics antiguos era una labor sólo para los fanáticos más dedicados.

No siempre era fácil, pero quien buscaba en “puestos de viejo”, tianguis, librerías de usado e incluso los míticos cementerios de revistas, como los que había en la Lagunilla, solía encontrar tesoros. El chiste era tener tiempo y paciencia.

Para fin de siglo comenzaron a circular cómics digitales, en realidad escaneos en CD ROM. Poco después, con el desarrollo de los archivos PDF, circularon en los foros de internet versiones digitales de títulos contemporáneos, pero la verdadera “Biblioteca de Alejandría” estaba lejos de ser una realidad. Después de 2005 era más fácil encontrar documentos en LimeWire, Kazaa y Ares, así como en incipientes catálogos online como HTML Comics, todo esto al margen de la ley.

En marzo de 2010 todo cambió gracias al Digital Comics Museum, un repositorio donde comenzaron a ponerse a disposición del público títulos que habían entrado en el dominio público y quedaron libres para su distribución.

Con un volumen inicial de mil 855 ejemplares, principalmente de las décadas de 1930 y 1940, el sitio comenzó a ganar interés e importancia. Coleccionistas, investigadores y entusiastas empezaron a compartir  sus colecciones y a buscar títulos exentos de derechos para enriquecer el acervo.

En la actualidad, el Digital Comics Museum cuenta con poco más de 21 mil ejemplares y 83 mil miembros de todos los rincones del mundo, y se ha sostenido a pesar de algunas reclamaciones que le han obligado a borrar series casi completas.

En un mercado donde las editoriales están ofreciendo versiones restauradas de sus archivos históricos, se entiende que existan amenazas de demanda, pero en general, el valor de esta iniciativa supera por mucho el daño comercial que pueda generar. Literalmente hay cientos de series desconocidas y que de otra manera quedarían el olvido absoluto, pero que ahora sirven para investigadores, estudiosos e historiadores (como su humilde servidor) que pueden tener acceso a documentos que antes solo estaban disponibles en la Biblioteca del Congreso o en colecciones universitarias y privadas. Además siempre existe la posibilidad de que algún entusiasta restaure y publique este material.

¿Se imaginan, queridos lectores, un proyecto semejante en nuestro país?

¿Qué retos enfrentaría, aparte de las leyes de derechos autor? Para empezar, la disponibilidad del material, que ha sido sustraído de bibliotecas y hemerotecas públicas, además de buscar la participación solidaria de coleccionistas privados y, sobre todo, de los deudos de autores.

¿Algunos de ustedes estarían dispuestos a compartir sus viejos cómics para poder completar series que se consideran perdidas?

Al final, cajas y libreros llenos de revistas amarillentas no contribuyen a la intención original para la que fueron creadas, estimular la lectura y proporcionar diversión.

Las historietas son parte de nuestra cultura y el compartirlas era algo común. Contribuyamos a preservar esta parte de nuestra cultura apoyando proyectos de esta naturaleza.