De Laredo song, los de entonces y del infinito día

Foto: Especial

Por Gerson Gómez

“LAREDO SONG”, DE JOAQUÍN HURTADO

Reedición tardía y empalmada al trabajo de la editorial Atrasalante, en los dos tomos de Joaquín Hurtado.

Mucho ha cambiado en nuestra sociedad desde los años noventa, cuando apareció la primera edición de Laredo Song publicada por CONARTE. Esta compilación de relatos homosexuales narrados con gran destreza fueron una vía de escape al estigma que sufría una comunidad rechazada.

“El gigante temeroso que era Monterrey se fue familiarizando con el tema y empezó a estar presente en las mesas de los hogares, en las oficinas gubernamentales, en medios de comunicación, direcciones escolares y personal de hospitales. La palabra discriminación se relegó al basurero de las malas palabras. La homofobia perdió terreno. La diversidad sexoerótica ganó la calle”.

“NOSOTROS LOS DE ENTONCES”, DE CRIS VILLARREAL NAVARRO

Reedición de un clásico norestense. “La violencia de no tener centro” puede definir la figura de Marcia, presente y ausente en cada relato de Nosotros los de entonces. La obra reconstruye el movimiento estudiantil de los años setenta en Monterrey, opuesto a un sistema dominante que constituía la renuncia a los ideales, el sacrificio de los deseos, especie de muerte en vida. A favor o en contra de esta resistencia juvenil, los personajes se presentan incompletos, perseguidos por las propias contradicciones humanas. En medio se sostiene Marcia como estandarte para no perder el rumbo ante impulsos que, desde dentro y desde fuera, la apartan de su eje. Este desplazamiento del centro se formaliza en la estructura fragmentada de Nosotros los de entonces.

“EQUILIBRIOS”, DE DAVID VALDEZ

Equilibrios, el primer poemario de David Valdez, recrea el caminar de un alma joven —todos somos jóvenes de corazón— buscando un saber no aprendido: el cómo vivir en soledad. A prueba y error, con el esforzar del cuerpo contra el tiempo, cada poema nos enseña, sin dogma, un aspecto del estar-en-el-mundo de una existencia no conforme.

La pericia encontrada, en su caso, habría de atravesar la subjetividad irónica, pero sin cinismo del autor. aterrizar en su ciudad, encontrar su calle, visitar su casa y encender un fuego que no proviene de ninguna chimenea.

“INFINITO DÍA”, DE EDUARDO LANGAGNE 

El infinito está poblado de recuerdos. Pasan frente al poeta como escenas de un veloz documental que condensa en breves minutos la existencia de una vida “en el reflujo del agua que regresa al horizonte”. El infinito, lo sabemos, es inasiblemente ancho y dilatado, pero cabe en la cabeza de un alfiler. En este libro el autor vislumbra el fondo trágico de la vida y su ligazón con el goce permanente de la existencia, con la profunda belleza de las palabras y de la memoria. Este binomio forma un infinito día donde todo se mantiene vital y nebuloso, ausente y visible y donde sus presencias son nítidos fantasmas de pura realidad.

“Huéspedes del tiempo, / ajados como la piel de la memoria”, Langagne punza con sus recuerdos en los nuestros, los intercambia y desliza al punto de no diferenciarlos: acto luminoso que nos lleva a recuperar la secuencia de la memoria propia, emergida del silencio con exuberante saudade llena de vitalidad. Libro de contrastes que hacen del instante lo eterno, las presencias evocadas forman la estirpe del poeta, quien extiende sus ramas para integrar, en la fronda de su memoria, voces de todas las lenguas, de todas las épocas que le han mostrado a lo largo de siglos las formas poliédricas del poema y el potencial de sus expresiones múltiples para aproximarse al hecho poético sin titubeos.

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