El hotel de los gatos pardos

Por Gerson Gómez

Afuera la noche. El día. El sol. El calor. La humedad. La brisa. El bochorno. El reblandecimiento del concreto. La transpiración en cascada. La puerta está abierta. Una línea interminable de cuartos a la izquierda. Tropezar. Rezo. La santa muerte protege a sus fieles. Incienso para distraer el aroma de mariguana.


El pabilo de la vela serpentea. Sus formas difusas. Hacinadas. Por la calle Arteaga al oriente, en el primer cuadro de la ciudad de Monterrey, los gatos travestidos, las damas de soledad, acompañan el zurco. Los camiones aceleran el paso. La boca del lobo. Muerde. Repasa. La nebulosa etílica. Los clientes rondan. La policía. La guardia civil. La gendarmería nacional. 


El carterista distribuye las ganancias. Las bolsas del pantalón. Las monedas. Algunos billetes de baja denominación. Se esconde entre las aristas. Los autos estacionados. Las casas a medio caer. Los terrenos baldíos. El pico de botella. La lata. Los envases de refrescos. Condones del sector salud. Indigentes duermen al amparo de un mezquite.


Todo Monterrey es basura. Desecho de los transeúntes. Carne ajada. Mortaja. Agraristas sin tierra en las uñas. Labriegos de jornada rotativa. Toneladas de migrantes. Inspectores de movilidad urbana. Gandallas. Agandallados. 

El hotel de los gatos pardos


Mariposas color chicle. Dispensa al pecado. La pandemia mata. Aglutina urnas. Ángel exterminador. Repasa los labios. Una vuelta más.  Las cucarachas vuelan atontadas. El cobrador aparece en su motocicleta. 
En el privado espera completar el pago. La madama. La señora. Fabi. A sus 45. Ha visto levantones. Ejecutados. Muertos de hambre. Chisqueados. Idos de la mente. Espanta la podredumbre. Los fantasmas. El recuerdo de la primera vez. 


Fotografía familiar. Ángel color. Estudio de la colonia Obispado. Viste en el aniversario de bodas de sus padres. Puberto. Quinceañero. Varón. Con pantalón de salir. Camisa formal. Zapatos lustrados.

Debajo de esa fecha. La escisión de la mujer. En la segunda planta. Todos los cuartos con candado extra. El balcón sirve de corriente aérea. El living. Droopy el cachorro de la serie de MGM. Pintado en la pared junto a la pantalla plana.


Madonna lanza fuego. Mata el tiempo. En la habitación el derrumbe. La mujer pulcra. Inocente. Sus juguetes son peluches. Animas de hijos imposibles. Atados a la repisa. Acomodo por edades y tamaños. 
Luz tenue. El sexo sanitizado. La lencería es cómoda. Los cajones de la guarida. Raspa la herida. Administra su casa. Como quien hace cuentas infinitas. La babel de Nimrod. A ella llegan los hombres destruidos.


En su pecho descansan. Desnudo el elixir emandado del sexo. Guarda dos armas para defensa. La navaja. El revólver. La fuerza de sus brazos masculinos. La mano de boxeador. 


Mira a los ojos. Descorre las intenciones. Pontifican en sus hogares. Aquí se viene a soltar el peso muerto del semen. Testículos amarrados. Pene infantil. Jamás desearás la carne del otro.


Desgrana el efecto de la tercera dimensión. Reina de la calle Arteaga al oriente. Los vecinos. Las lechuzas. Las palomas de luz mercurial. El adolescente huyó de la frontera chica. Los servicios generales. Minotauros sin descansabrazos.

 
Autoconsumo para el alimento del día a día. Los dildos. Los consoladores. Las vergas de plástico. Son para los clientes. Para ellos, desparasitan la perra hambrienta del punto G.


El hotel de los gatos pardos jamás cierra el registro de sus habitantes. Los usuarios, aliados a la ciudad, de boca en boca, se vuelven vicarios. Oficiantes de la tradición mejor ignorada. 


Ajustan sus zapatos descoloridos. Sacuden el polvo de sus caderas. Debajo de la cama. El monstruo dolido espera.


Da el zarpazo providencial y exacto. Inyecta el veneno de la saliva. Directo al torrente sanguíneo. Ronronea el motor descuartizador.