Será tu cárcel

Foto: Cuartoscuro

Por Gerson Gómez

Desesperación.
La fila por la calle Manuel L. Barragán mide 25 años de ausencia. Al caer el sol en Monterrey. Sábado 10 de diciembre. Dos reprogramaciones. Del Universitario al de Beisbol Mobil Súper.

Los Bukis. Los güercos convertidos en hombres. Músicos de aglomeraciones. Multivendedores. Pañoletas, playeras, sudaderas, vasos, cintas para la cabeza. El boleto es solo parte de una frontera.

Detrás de las cercas, los expendios. Los viajantes de la capital vienen al norte. Aquí se compra todo. Se vende la felicidad. 

Marco Antonio Solís, el Jesucristo del sonido tropical, de la balada kitch. Las composiciones aseguran hits. El Buki mayor. Nunca se disolvió el conjunto. Solo dejaron de ofrecer las fechas. Diluyeron la historia. 

Emigrar es crecer. La fama borra. El evangelio de Siempre en Domingo construyó la carrera del solista.

Sus apariciones en la pantalla chica. Los romances. Las parejas efímeras. En las páginas de los periódicos se documentó. En radio y televisión horas de transmisión. Marco Antonio, su barba negra, el cabello largo. Oh JesúsChrist. 

La ropa de lino, los zapatos de diseñador. Esos tonos pastel. El éxito aclara la piel. Mestizo siempre. La sangre liviana, sonrisa de anuncio dental. 

Es la memoria. Las apariciones con el Gordo y la Flaca en Florida. Los llenos totales en el Río Nilo en Jalisco. 

La demora confirma los comentarios. Las mentadas de madre. Vendimia para sedientos, ausentes de nicotina y disfraces de aliento en la goma de mascar.

Ni las sillas en la zona VIP están acomodadas. Los Bukis están resguardados en sus habitaciones en el hotel. La avanzada de seguridad late lento.

De las 21 a las 22 horas. Si todo sale a favor. Cada segundo la tarifa de las aplicaciones de movilidad se van hasta las nubes.

La zona es isla tomada. En los camellones, entre la tierra, los rendidos, de los pies hinchados, reposan.

Por Los Bukis, el vestuario de las generaciones emergentes, atrevidas. Escote probonus. Si se mantiene fijo, la figura femenina cotiza las miradas en símbolos elitistas.

Los monarcas llevan su corte. Por la entrada principal conversan las instituciones de lo popular.

Policía y Tránsito de Monterrey enloquecen. Avance. avance. Llevar auto al estacionamiento cuesta 150. El cobro lo hacen identificados con playeras del personal operativo de los Sultanes. Incluso en el espacio de la UANL, en el estadio de futbol. 

Dinero viene. Luego se va. 

En las taquillas los vendedores ofrecen entradas de saldos. 590 pesos. En la parte más alta. El palomar. Hasta arriba. Donde corre el aire y el vértigo alucinante.

Esto no es un partido de béisbol de la Liga Mexicana del Pacifico, Estos son los Bukis.

Ya mero, ya merito vamos a entrar.

Muchos aprendieron la lección. De los acomodadores en los camellones y la glorieta. Se los llevó Garajes y Talleres, con la anuencia del Municipio de Monterrey. El moche institucional. Luis Donaldo ya es codicioso. La inocencia también se pierde en el lecho del poder político.

Canto, rio, bailo. Hasta los Enanitos Verdes hicieron su versión de Tu Cárcel de Los Bukis. Los mantuvieron vigentes. 

22:30. La diferencia entre lo ofrecido y lo real. Si no fueran ellos, ya nos habríamos ido. La frase es contundente. La paciencia es terreno comunal. 

Un cuarto de hora más tarde fluye el entramado de los asistentes.

La avanzada de camionetas blindadas, vidrio polarizado y peso de varias toneladas, llegaron a backstage.

Los músicos se afinan, desean lo mejor. En las pantallas a todo color, sonido en tercera dimensión, ofrecen esquilmos.

No se pare. Nosotros lo llevamos hasta la comodidad de sus asientos. Marco Antonio peina su barba. He visto varios igual a él. Acomodados en la mirada de sus parejas. El Buki cuenta con el don de ubicuidad. 

Vengo solo. En la zona baja de la tercera base, el asiento tres. Estorba una columna deteniendo en el campo de juego las bocinas.

Los Bukis están de vuelta, en tránsito momentáneo. 

Marco Antonio utilizará la guitarra acústica, los timbales y el micrófono. El Chivo, bailará por varias horas, como lo ha hecho siempre, esa manera tan extravagante de acompasar el bajo.