Sin punto

Por David Jáuregui

Los puntos dan término a los textos. Sin importar cuán largos sean. La extensión de las oraciones resulta despreciable frente al poderío del punto. En tanto haya una idea que finalizar, interrumpir, no importa cuántas palabras la compongan; puede ser una concatenación de frases que sumen una, compuesta por una ilación quizá innecesariamente distendida, y no habrá problema. O una corta. Y tampoco. El signo sin dimensiones es capaz de parar en seco a cualquier envergadura de lenguaje. 

¿Por qué necesitará, entonces, tantos puntos en su pelaje el ocelote del zoológico?, se pregunta. Hay algo de enigmático en el patrón a polkas del felino. Parecen remaches que le sostienen su manto. Quizá la cebra también fue ocelote, antes de que sus puntos se fundieran en líneas. Observa al gatuno mientras exhala por cuarta vez. Lleva ahí casi media hora, en las afueras izquierdas del recinto. El ocelote le regresa la mirada. Quién sabe cuál, pero comparten la misma duda. 

Dos juegos de barrotes los separan. Luego uno, cuando él entra a los campos abiertos, aunque encerrados, que dentro de sí enjaulan a los que sus patas y hocicos exigen pastizales. El zoológico es un lienzo verde manchado por encierros negros. Manchas. Eso era. Todavía le resuena esa palabra. Merece un punto solo para ella: mancha. De haberla utilizado, en lugar del ramplón “punto”, su situación sería otra. El examen iba a la perfección, aún cuando su padre era uno de los aplicadores. La sección escrita de conocimientos fue una ganga. Después vino la evaluación de cuidados físicos, en la que le asignaron al azar tres animales del lugar: delfín, cocodrilo y ocelote. https://ipstori.com/munchips/48

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