Un salvavidas de palabras

Por Eloy Villaseñor

Para mí es imposible escribir sobre algo que no haya vivido o leído. Que para el caso es lo mismo. Al escribir sobre algún lugar que he visitado, o en el que he vivido, siento lo mismo que cuando lo he leído. Es lo que más me gusta de la lectura. Cada vez que viajo a través de las palabras, mi imaginación me lleva a lugares donde nunca he estado, pero que los siento y los vivo muy cerca de mí. Nuestra vida no sólo está marcada por los lugares donde se hace nuestro día a día, sino también por aquellos que se han formado con la lectura, porque ésta, muchas veces, está ambientada en lugares que nos han hecho sentir parte de la historia y del lugar por donde camina nuestro querido, y a veces odiado, protagonista. Ya lo dijo Cervantes en el Quijote: su aventura comienza en algún lugar de la Mancha. No olvida, en ningún momento, que es ese lugar el que lo acompaña siempre. O como Carlos Ruiz Zafón en su Barcelona nostálgica de los años pasados. Ruiz Zafón nos lleva a conocer esa parte de España de una forma que atrapa a cualquier lector, y nos deja bajo el suelo en un cementerio de libros olvidados. Tal vez Ruiz Zafón conoció un lugar así de misterioso e increíble y nos contó de éste a través de sus páginas. Y no puedo dejar de mencionar a mi autor favorito, Enrique Sienquiewicz, que con su obra sublime Quo Vadis? nos transporta a una Roma en los tiempos de la persecución de los cristianos, y que no es otra, más que aquella ciudad que veía venir su caída ante el imperio del mal, su Polonia, su querida y natal Polonia. Y así puedo hacer una lista interminable de autores, que a través de sus palabras, nos llevan a lugares increíbles.

Cuando pensé escribir El coatí de un ojo, historia que publiqué en ipstori, no solo pensaba en aquellos animales curiosos que habitan gran parte de la península de Yucatán, en el sureste de México, sino que también pensé en aquello que rodea su hogar. Tuve la fortuna, o he tenido la fortuna, de vivir ahí, en el Caribe mexicano por casi veinte años, y no sé cuántos más estaré aquí. Al principio, cuando decidí venir a vivir a la Riviera Maya, mi objetivo era encontrar trabajo en alguno de los grandes hoteles que se encuentran a lo largo de cien kilómetros de la Riviera, desde la famosa ciudad de Cancún, hasta el mágico pueblo de Tulum, éste último convertido en municipio hace apenas un par de años. Deseando encontrar trabajo, y con el sueño de todo joven aventurero, llegué a Playa Del Carmen en el año dos mil uno. Lo primero que vi, al bajar del ADO, fue una inmensa y frondosa selva frente a un imponente mar color azul turquesa y, entre esa densa selva, a una familia de animales que nunca antes había visto, y que más tarde me enteré de que los llamaban coatis. Ahí es donde comienza la historia del Coatí de un ojo.   https://ipstori.com/munchip/65