La ubicación y distancia narrativas como creadoras

Para Alejandra Cuevas, aunque ya no nos veamos en metro Portales.

Llegué hace 75 días a la Ciudad de México. También podría medir ese tiempo en mudanzas: llegué a la Ciudad de México hace 3 mudanzas. Volver a pisar el suelo capitalino despertó en mí una nostalgia terrible. La última vez que había estado aquí me sabía a esperanza y confusión. La última vez que había estado aquí, el color lila anunciaba el inicio de la primavera. La última vez que había estado aquí era una de las 80 mil mujeres que inundaban Avenida Paseo de la Reforma y la Alameda Central; una de las jacarandas.

En la literatura los lugares influyen en las acciones de los personajes y, a veces, toman tanta importancia que llegan a actuar como un personaje más. Sin duda, la línea que separa la vida de la ficción es demasiado tenue —si es que existe—, hasta el punto de que esto sucede de manera cotidiana en nuestra vida. Metafóricamente, todos somos personajes. En ese sentido, el escenario donde los recuerdos son creados juega un papel esencial en nuestra memoria. Un olor, un sonido, una sensación o un lugar puede despertar el recuerdo de quiénes éramos: la ambientación es la fuerza de nuestra historia. La primera vez que me pasó, iba en la línea 1 del trolebús: contraflujo del Centro Histórico a la Avenida Popocatépetl. Era la segunda vez que me subía al trolebús y recodé la primera vez. Inevitablemente pensé en mi acompañante de hace un par de años y en los helados de Nutrisa. Extrañé el suéter morado que se quedó la persona a la que nunca volví a ver. Pero también me extrañé.

Los lugares no son únicamente puntos de llegada, también son puntos de partida. Puntos de partida para el personaje de nuestra vida, que —como todo buen personaje— crece, cambia. Sin embargo, los lugares siempre nos pueden hacer volver para recordarnos cuánto hemos avanzado. Existe algo muy particular en la manera en que asociamos los lugares con las experiencias y los recuerdos. Esa es la razón detrás de la nostalgia mexiquense, que me invadió al bajar del avión. La ciudad me parecía ajena y lo era, hasta cierto punto.

El desplazamiento —imaginario o físico— siempre descoloca y mis últimos meses han estado llenos de movimiento: Quintana Roo, Morelos, Ciudad de México. En la lucha diaria de encontrarse, el espacio influye en la (des)conexión con el pasado y despierta la memoria. Hay lugares sagrados que nos transportan a la niñez y otros, menos afortunados, nos recuerdan lo que pudo ser, pero nunca fue.

Cuando llegué a la Ciudad de México en noviembre, todos los lugares me recordaban la vida prepandemia. Las librerías ahora eran virtuales. Los jueves de teatro ya no existían. El metro se me antojaba peligroso. La universidad ahora era un espacio digital. Mi casa ya no era mi casa. El espacio escenográfico crea el ambiente de cualquier historia y una injerencia tan grande en cualquier relato, que sería un error subestimar el efecto que tiene en nuestra vida diaria.

Este año todo es diferente. Han pasado varios meses y ahora marzo me sabe a nostalgia. Estoy fuera de México, en un país en el que nadie me dice “avísame cuando llegues”, porque saben que voy a llegar; aquí nunca tengo miedo. Antier fue 8 de marzo y no marché con mis primas. Nadie me estaba esperando en metro Portales con el pañuelo verde en la cara, lista para darme la mano y romper y quemar…todo. Tampoco grité hasta quedarme sin voz. Este año no abracé a mis amigas en la marcha, ni lloré de camino a casa conmovida por la emoción de ver a todas luchando. Este año no me sentí invencible. Este año no vi caminar a las jacarandas.

El contexto nos rige y el escritor, consciente de esto, traduce el mundo desde su óptica para integrarlo a su obra. Lo efímero y el cambio son una constante en cualquier vida. Sin embargo, la condición versátil del mundo que conforma nuestro presente se arraiga a nuestra memoria, hasta el punto de que un lugar puede hacernos viajar en el tiempo, aunque sea un instante. La memoria corporal de los lugares nos recuerda que es en la vida, como en los libros, donde es posible releer un pasaje, porque la asociación entre tiempo y espacio es innegable. Silvina Ocampo dijo: “soy todos los lugares que yo he amado”. En lo personal, creo que soy todos los lugares en los que he estado, todos los lugares en los que estaré y todas las mujeres. Soy Camila, Fátima, Lesvy, Ingrid. Soy todas las mujeres que conozco y también las que no conozco. Soy todas las mujeres que están y también las que nos faltan. En este pinche lugar llamado México.

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