Llover sobre mojado

Por David Jáuregui

Mientras baja los siete pisos de escaleras y luego la rampa que lleva al cuarto subterráneo de lavado, se angustia más con cada paso. Alcanza a entrever pocos fragmentos del lienzo gris que sostiene la pequeña ciudad, pero bastan para decirle que tomó una mala decisión. Más tarde lo comprueba, cuando en la azotea comienza a sentir las gotas sobre sus hombros. 

Después de esperar dos horas a que toda su ropa estuviera lavada, la subió los nueve pisos, incluyendo la rampa y las escaleras, a la azotea, cargando un cesto repleto de ropa empapada y levantando las piernas con pesadez. Se lastimó la espalda al dejar el canasto en el suelo para abrir la puerta, en un tirón que volvió a dolerle cuando levantó la chingada ropa. La nata opaca sobre el cielo confundía la lluvia ácida con la limpia, como unos instantes después le pasaría con sus prendas, cuando se le volcó el canasto sobre el suelo: su torpeza se potencia cuando se siente mal, ni hablar de cuando intenta abrir un pequeño candado mientras carga la mitad de su peso y el doble de su ancho.

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