Orquesta manual

Parte I
 

Por David Jáuregui

Los dedos inquietos tamborilean en el reposabrazos. Tap tap tap. En cada impacto buscan abandonar un poco de ansiedad, pero es ese mismo ciclo el que la genera. Le recuerda que vino a dotar sus manos de sonido. Insiste en que venía a conseguir clases de electrónica, no a embrollarse en un lío, como dice la niña, de un par de codependientes inseguros. Sin embargo ahí sigue, cuidando a los gemelos que están a deshoras fuera de cama, mas no pueden subir a sus cuartos, pues los padres tienen ocupado todo el piso de arriba. Desde allá, el gato observa. 

¿Te gustan las muñecas?, pregunta con torpeza el desgarbado. La niña no cede ante el patético intento de conversación: levanta la mirada, la sostiene un instante y la baja de nuevo. No altera la forma y fuerza con que sostiene su teléfono. Amolda la mano perfectamente a la ergonomía del aparato. Las falanges se le doblan fuera de sus ángulos naturales, enchuecando para siempre la dirección en que se alinean. Le basta a ella encontrar nuevas posibilidades en su algoritmo para ignorar el atoramiento de sus sub extremidades. El tipo del otro de la sala la observa como a quien le urge que las páginas se agoten de inmediato o que los últimos minutos aceleren el paso; mas trata de adaptarse a la situación: redobla las preguntas rompe hielo ―si ya pasó a secundaria, cuál música disfruta, si ha jugado El Templo de la Sombra―, todo para terminar en largas exhalaciones incómodas. 

El hermano se divierte con la escena. Siempre mantiene un rictus de bobo inocuo que esconde su capacidad de notar cada detalle de lo que sucede. A veces se atora con el lenguaje, es cierto, y por eso confunden sus desmayos ocasionales con deficiencias cognitivas; pero lo prefiere así, de lo contrario se darán cuenta de que le parece hilarante introducir pequeñas zancadillas en las pláticas, guías invisibles de manipulación, para influir en los diálogos ajenos. En esta sala advirtió, por ejemplo, la tensión que su cuidador trataba de desahogar con sus golpecitos en el sillón ―tap tap tap― y que le molestaba sobremanera que él, el otro infante a su cargo, se rascara con discreción las entrañas de la oreja. Era un movimiento apenas visible, aunque planeado para ser evidente, y funcionó como manera de distraer el inconsciente del desgarbado. https://ipstori.com/munchips/43
 

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